26 abril 2018. San Isidoro de Sevilla – Puntos de oración


Nos ponemos en presencia del Señor invocando al Espíritu Santo y rezando la oración preparatoria, que es pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.
Estamos en el tiempo pascual celebrando la alegría de la resurrección del Señor y esperando en oración la gran fiesta de Pentecostés en la que El Espíritu se derrama en abundancia. Entre esos dones se nos da el don de sabiduría. Pablo, en su carta a los corintios, nos dice que no habla con la sabiduría de los hombres sino con la de Dios que le ha sido dada por El Espíritu, para que nuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. Pidamos con insistencia esos dones: que esa sabiduría escondida se nos dé para nuestra gloria, porque Dios lo tiene así pensado para los que le aman.
En el salmo se nos dice que lámpara es la palabra de Dios para nuestros pasos, luz en mis senderos. Meditar la palabra de Dios y sus mandatos nos hace felices y sabios. Sus promesas nos dan alegría, una alegría que no nos puede dar el mundo. Cumplirlos nos ayudan a andar en la verdad.
El evangelio nos habla de ser la luz y la sal del mundo. Este evangelio es un mandato del Señor, siempre me costaba entenderlo. Primero, porque no me gusta la comida salada y, segundo, porque cuando pensaba en luz del mundo me imaginaba todo el globo terráqueo. Hasta que me di cuenta de que me gusta esa pizquita pequeña de sal en los huevos fritos, en las patatas, y entendí que tenemos que ser esa pizquita que da el toque de gracia, esa pizquita que conserva y hace transmitir esa gracia que da El Señor la noticia del evangelio. Me di cuenta también que cuando entramos en la iglesia buscamos esa pequeña luz que nos avisa dónde está el Sagrario, donde está El Señor. Y me di cuenta de que tenemos que ser como esa pequeña llama que anuncia a los hermanos que El Señor ha resucitado que nos ama y que ha vencido a la muerte y al pecado.
Pidamos con insistencia que el Espíritu Santo nos regale sus dones y sus frutos.
Pensemos si es nuestra alegría escuchar y meditar la palabra de Dios todos los días.
Miremos si nuestra cara refleja alegría, si sonreímos cada vez que comulgamos, porque todo un Dios está dentro de nuestro corazón. Miremos si ponemos ese toque de sal en nuestras conversaciones, en nuestras actividades cotidianas, seamos esa luz pequeña que anuncia que tenemos y llevamos al Señor.
Terminamos con un coloquio con nuestra Madre.

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