Nos ponemos en presencia del Señor
invocando al Espíritu Santo y rezando la oración preparatoria, que es pedir
gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y
operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina
majestad.
Estamos en el tiempo pascual
celebrando la alegría de la resurrección del Señor y esperando en oración la
gran fiesta de Pentecostés en la que El Espíritu se derrama en abundancia.
Entre esos dones se nos da el don de sabiduría. Pablo, en su carta a los corintios,
nos dice que no habla con la sabiduría de los hombres sino con la de Dios que
le ha sido dada por El Espíritu, para que nuestra fe no se apoye en la
sabiduría de los hombres sino en el poder de Dios. Pidamos con insistencia esos
dones: que esa sabiduría escondida se nos dé para nuestra gloria, porque Dios
lo tiene así pensado para los que le aman.
En el salmo se nos dice que lámpara
es la palabra de Dios para nuestros pasos, luz en mis senderos. Meditar la
palabra de Dios y sus mandatos nos hace felices y sabios. Sus promesas nos dan
alegría, una alegría que no nos puede dar el mundo. Cumplirlos nos ayudan a
andar en la verdad.
El evangelio nos habla de ser la luz
y la sal del mundo. Este evangelio es un mandato del Señor, siempre me costaba
entenderlo. Primero, porque no me gusta la comida salada y, segundo, porque
cuando pensaba en luz del mundo me imaginaba todo el globo terráqueo. Hasta que
me di cuenta de que me gusta esa pizquita pequeña de sal en los huevos fritos,
en las patatas, y entendí que tenemos que ser esa pizquita que da el toque de
gracia, esa pizquita que conserva y hace transmitir esa gracia que da El Señor
la noticia del evangelio. Me di cuenta también que cuando entramos en la
iglesia buscamos esa pequeña luz que nos avisa dónde está el Sagrario, donde
está El Señor. Y me di cuenta de que tenemos que ser como esa pequeña llama que
anuncia a los hermanos que El Señor ha resucitado que nos ama y que ha vencido
a la muerte y al pecado.
Pidamos con insistencia que el
Espíritu Santo nos regale sus dones y sus frutos.
Pensemos si es nuestra alegría
escuchar y meditar la palabra de Dios todos los días.
Miremos si nuestra cara refleja
alegría, si sonreímos cada vez que comulgamos, porque todo un Dios está dentro
de nuestro corazón. Miremos si ponemos ese toque de sal en nuestras
conversaciones, en nuestras actividades cotidianas, seamos esa luz pequeña que
anuncia que tenemos y llevamos al Señor.
Terminamos con un coloquio con nuestra
Madre.