La lectura del evangelio de hoy,
continuación del de ayer, nos vuelve a presentar a Jesús como un gran
interrogante para muchos de sus contemporáneos, especialmente para los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos. Le preguntan con qué autoridad enseña,
hace milagros, actúa con plena libertad, buscando el bien de los que le rodean.
Y él, sabiendo que en realidad no buscan la verdad, sino comprometerle con sus
propias palabras, juega con ellos, intentando hacerles reflexionar para que
lleguen al fondo de su mensaje.
En
la oración de hoy, pidiendo luz al Espíritu Santo, podemos preguntarnos si a
nosotros no nos puede estar pasando lo mismo que a esos judíos de la élite del
pueblo de Israel. No terminamos de entregarnos a Dios, no acabamos de confiar
plenamente en que su Madre nos va a llevar directamente al Corazón de Cristo.
Seguimos agarrados a nuestras pequeñeces, no abrimos nuestro corazón al amor de
Dios plenamente.
Jesús,
como a esos personajes del evangelio de hoy, nos pregunta si de verdad queremos
ser sus discípulos, si creemos en su evangelio, desde el mensaje de Juan el
bautista hasta el envío misionero el día de la Ascensión.
Pedir
luz al Espíritu Santo y fuerza a la Virgen de la Visitación para seguir
respondiendo que sí.
Podemos
hacerlo hoy con las palabras del salmo:
Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos.
Es
una forma de anticipar, en este día de la Virgen, la fiesta de mañana.
Contemplando la Hostia Santa podemos ir repitiendo todo el día:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti
madrugo, mi alma está sedienta de ti”.