Hoy
celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María.
No podía ser de otra manera, en efecto, después del Corazón de Jesús, el
Corazón de María. Corazón virgen, corazón inmaculado, corazón bienaventurado.
Es en el corazón donde se guarda lo más íntimo del
ser humano. María es modelo del cristiano, sobre todo del cristiano
que vive en el mundo. Del cristiano que desarrolla su actividad en la
cotidianidad de la vida doméstica, familiar y laboral. María es aquella que
busca a Dios en todas las cosas, las rutinarias y las extraordinarias, las
agradables y las desagradables, las que uno escoge o las que le vienen
impuestas. María contiene en su corazón todo el evangelio, porque vivió junto a
su Hijo y guardaba todo lo que le acontecía en su corazón.
También aquello que no entendía, como en el pasaje
del evangelio de hoy: “se quedaron atónitos”. No entendía lo que decía o hacía
su Hijo, pero lo guardaba y aguardaba. No entendía, pero aceptaba. Lo guardaba
en su corazón para meditarlo y, meditando, aguardaba a que se manifestase el
sentido de aquello que era necesario primero aceptar para luego poder entender.
La fe nos permite creer aquello que no entendemos.
Esto no siempre es fácil, ni agradable. María le
dice al Jesús adolescente. “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. El
sufrimiento debe ser pues algo necesario para el crecimiento del ser humano.
Debe ser parte de su naturaleza, si no, no tendría sentido que el Señor le
hubiera hecho pasar a su madre por él. De la misma manera que es necesario que
al niño pequeño le salgan los dientes abriéndose paso entre las encías, o que
la mujer dé a luz con dolor, es necesario el sufrimiento para que el corazón humano
se agrande.
El sufrimiento aceptado con paciencia y guardado
con esperanza (no con resentimiento) ensancha el corazón y le hace más capaz
para acoger la obra de Dios en uno mismo y en los demás. También el corazón de
María, aun siendo virgen e inmaculado, pasó por esta ley universal. Tenía que
agrandarse y ahondarse para dar cabida a la humanidad entera, para ser madre de
todos los hombres. Por eso Pío XII, en 1942, consagró el mundo al Inmaculado
Corazón de María.