Ofrecemos
nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa
María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos.
Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola
continuamente sobre los altares.
Día 5 del mes del Sagrado Corazón de Jesús.
La primera lectura de la segunda carta del apóstol S. Pedro es
un auténtico programa de vida, para todo hombre, para todo cristiano:
1º. Una realidad: para cada uno de nosotros,
desaparecerán las realidades terrenales para dar paso a las realidades de la
vida eterna (“cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el
fuego, y se derretirán los elementos”).
2º. Una fe asentada, confiada en la esperanza
de las promesas del Señor, de la vida eterna. “No estéis
tristes. Creed en mi Padre y creed también en mí. Porque voy a prepararos un
lugar para que donde esté yo estéis también vosotros” (Jn. 14).
3º. Una disposición: estad siempre en
alerta, con las armas en la mano, con espíritu combativo. ¿Por qué?
Porque las llamadas de este mundo son muy sugerentes, insistentes, por camino
suave y llano. Y más en los momentos de cansancio, de desesperanza. Aquí es
donde se nos pide esta disposición heroica, lo que San Ignacio nos aconseja tan
gráficamente: no hacer mudanza en tiempo de desolación. ¿Quién no ha tenido la
vivencia de, tras haber podido superar una situación difícil en el camino de la
fe o de la vocación, con la ayuda de Jesús, experimentar la alegría interna?
4º. Un objetivo: Crecer en la gracia y el
conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
En la lectura del evangelio nos aparece este enfrentamiento del
Señor con los fariseos y partidarios de Herodes. Choca la hipocresía de
aquellos hombres contra la verdad del corazón de Jesús. Aquellos no buscaban el
poder resolver una cuestión peliaguda sobre los tributos a los opresores del
pueblo judío. Buscaban pillar en sus palabras al Maestro. La respuesta es única
y no deja lugar a duda. Es clara para aquellos tiempos, para los nuestros y los
de siempre. Porque siempre en nuestro mundo habrá dos dioses: el dinero y Jesucristo.
A los seguidores del dios dinero, pagadle con su moneda. A los seguidores del
Dios verdadero pagadle con amor. Amor al hermano y amor a Dios. Esta es la
moneda que Dios nos pide, el amor. Y para dar estos frutos de amor, una
necesidad: estar injertados en Cristo, así como el sarmiento toma su savia de
la vid.
Nos ponemos a los pies del Corazón de Cristo, ese corazón que
son puertas abiertas a la misericordia del Padre para todos los hombres.