En
la revista Estar última, en plena
Campaña de la Visitación, dedicada a la naturaleza donde se van a tener los
Campamentos, a la Ecología, el Medio Ambiente, La Casa Común…, temas con los
que estamos tan familiarizados.
Porque nuestra formación se sirve de la naturaleza por las
grandes lecciones que contiene y donde se aprende desarrollando los sentidos
que después aplicamos a las contemplaciones cuando hacemos Ejercicios.
En la sección Testigos y Maestros, trae unos textos del P.
Tomás Morales el cual estamos celebrando todavía, el año jubilar, con motivo de
ser declarado Venerable, esperando pronto su beatificación, trae unos textos de
él bajo el título “Jesús leía en el libro de la naturaleza” que vienen muy a
propósito con el Evangelio de hoy:
“Cuidado con los fasos profetas; se acercan con piel de
oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso
se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así todo árbol sano, da
frutos sanos, buenos, pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano, no
puede dar frutos malos ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da
frutos sanos se tala y se echa al fuego. ES DECIR QUE POR SUS FRUTOS LOS
CONOCERÉIS”
El descanso de Jesús- comenta el P. Morales- era subirse a un
monte, el Nevisaín, en cuya ladera se recostaba Nazaret desde donde contemplaba
un bello panorama donde dilataba su vista hacia la ribera del Jordán y el Lago
Tiberiades, el Tabor, el Hermón y los montes de Gelboé y demás montañas de
Galilea que se perdían en el horizonte en el azul del cielo. Allí leía en el
libro de la naturaleza, aprendía las lecciones del cuidado de los animales, de
los árboles y sus frutos, encontrando algo nuevo que no había encontrado en los
libros sagrados y es que la naturaleza ¡te habla tan alto de Dios!
“Mi amado las montañas,
Los valles solitarios nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
El murmullo de las aguas de los ríos sonorosos”, (S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)
Los valles solitarios nemorosos,
Las ínsulas extrañas,
El murmullo de las aguas de los ríos sonorosos”, (S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)
¿Y los árboles? ¿Qué diría de los árboles que contemplaba
Jesús? Ahí lo tenemos en el Evangelio de hoy “y los frutos buenos, sanos, no
dañados, bien cultivados, cuidados tras los cuales se nos van los ojos cuando
los vemos en la mesa”.
No necesitamos más para esta oración: “por sus frutos los
conoceréis” acaba el Evangelio de hoy y empieza nuestra vida. No hay que añadir
comentario alguno.
Seamos esos contemplativos y llevemos el buen fruto de Jesús
como María y digámosle para terminar: “Bendito el fruto de tu vientre Jesús.
Santa María…”