“A Dios que concede el hablar y el escuchar
le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar
de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
La primera lectura de hoy no es ni
mucho menos romántica ni invita a una profunda oración por la violencia descrita,
pero si leemos entre líneas lo que está ocurriendo es que el templo del Señor y
la alianza de Dios con su pueblo ha sido traicionada y asistimos al momento en
el que se restituye la alianza. Los hombres habían rechazado al Señor (otra
vez) y el Señor (otra vez) sigue siendo fiel a su alianza. Es una bendición
saber que tenemos un Dios fiel que supera con creces mi infidelidad y mi
mediocridad.
Jesucristo, la plenitud de la Ley, el
que instaura una alianza perenne y eterna, rechazando toda violencia, nos pone
el dedo en la llaga: ¿dónde está tu tesoro, donde tu fidelidad? En cierto modo
nos está pidiendo no caer en los errores del pueblo de Israel: ¡pon tu corazón
solo en el Señor, no te vayas tras el templo de Baal, tras los ídolos, tras tus
tristes caprichos, no des tu corazón a cualquier cosa! ¿Dónde está tu corazón?
¿Dónde tiende a irse? ¿Cuáles son tus apegos? El no caer en tentaciones, el no
sucumbir a nuestras debilidades, el mejorar en nuestra vida, en nuestros
valores y virtudes no es para que el Señor nos quiera más, es para ir cerrando
mejor esos boquetes de los que nos habla el Evangelio y guardar bien al
habitante de nuestro corazón: el Señor. La Santidad nos la regala el Señor, no
la alcanzamos nosotros. Tú busca al Señor, su fidelidad, y el triunfo, el
éxito, la santidad, la meta final, se dará por añadidura. Tú busca no apagar la
luz de Cristo en tu interior. No le dejes a oscuras, que pueda encontrar bien
tu corazón para quedarse allí para siempre, para siempre… Vivir con el Señor
para siempre, por siempre… Deléitate en vuestro amor…
Feliz oración, feliz encuentro con Cristo.