Nos ponemos en presencia del Señor
haciendo la oración preparatoria que es pedir gracia a Dios nuestro Señor para
que todas mis intenciones acciones y operaciones sean ordenadas en servicio y
alabanza de su divina majestad.
En la
primera lectura el rey de Asiria Senaquerib manda mensajeros a Ezequías rey de
Judá. Le comunica que no crea en Dios y que la ciudad de Jerusalén va a ser
arrasada igual que sucedió con el resto de países.
Ezequías
se va al templo para hablar con Dios; como buen estadista le enseña los planes
del enemigo en un acto entrañable de confianza. Alaba al Señor, le dice lo
grande y poderoso que es y le suplica con humildad que no permita que se burlen
de Él, que las demás ciudades han sido arrasadas porque sus dioses son falsos y
humanos. Su petición e intersección es confiada; sabe desde el principio que
Dios le escucha y que de Él nadie se burla, es humilde. Como dice Nuestra Madre
en El Magníficat “dispersa a los soberbios de corazón, derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.
Dios
nunca se desdice; prometió que la salvación vendría de la casa de David y
siempre cumple su Palabra.
¿Sabemos
reverenciar a Dios por ser Él quien es? ¿Somos humildes ante Él Señor, sabemos
confiar en Él? ¿Intercedemos por los sufrimientos de los hermanos y por las
injusticias? ¿Sabemos pedir y aceptar la voluntad de Dios?
El salmo
nos vuelve a recordar la grandeza de Dios y alaba su misericordia y su
justicia. Nos invita a la contemplación y a la meditación.
En el
evangelio El Señor nos da una gran enseñanza. En el libro de los proverbios se
dice “El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en
el cieno”. El Señor nos advierte que no demos lo sagrado a quien tiene
actitudes negativas hacia Dios. Los perros y los cerdos equivalen a las personas
que blasfeman contra el evangelio, lo ridiculizan y rechazan. Hay que
equilibrar el juicio con el discernimiento. No debemos forzar las verdades de
Dios a los demás. Pero debemos estar preparados para responder con mansedumbre
a las personas que sinceramente nos pregunten y quieran aprender
Siempre
nos damos cuenta cuando nos tratan con desprecio o con injusticia, pero nos
resulta más difícil reconocer cuando nosotros nos hemos comportado mal con los
demás. Cuando descubrimos esto es bueno pensar como he tratado yo a esa
persona: si he sido yo culpable de su reacción, si ella esperaba mi comprensión
mi consuelo mi amor mi cercanía. Muchas veces nos acercamos con
prisas, sin tiempo; con miedo juzgamos sus actos con nuestros propios pensamientos,
con prejuicio. Se soluciona pronto pensando cómo me gustaría que me tratasen a
mí y tratar del mismo modo.
La puerta
estrecha yo la veo como entrar en el corazón de Jesús y tomar sus mismas
actitudes de mansedumbre y de humildad. Su gran corazón lleno de amor y de
perdón. Esa forma de vivir es difícil porque es dejar nuestro yo a un lado y
ejercitar con alegría las obras de misericordia y los mandamientos.
Para
terminar, tenemos un coloquio con Nuestro querido Jesús en este mes de su
Sagrado Corazón.