1. El Señor me llamó
desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre (Is 49)
¡Qué
más se puede decir! Soy amado desde toda la eternidad, por eso existo, y vivo
para amar, ahora y por siempre. Gracias, mi Dios. Gracias por mirarme a los ojos,
por llamarme por mi nombre y convocarme para este mundial misionero del amor y
de la santidad.
2. Tú creaste mis
entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui
formado de manera tan admirable (Salmo 139)
Si
todos los salmos nos convidan a la alabanza, éste es para paladear, para
saborear palabra por palabra. Particularmente siento un aldabonazo especial con
solo escuchar interiormente el salmo y comenzar a recitar: ¡Señor, Tú me
sondeas y me conoces… creaste mis entrañas… fui formado por Ti de manera
admirable!
Gracias,
mi Dios, loado seas mi Señor. Me siento tan agraciado como el Bautista y para
agradecértelo me noto impulsado a ofrecerme como Juan a preparar los caminos
para el Señor, a ser coherente, a estar dispuesto a perder la cabeza por Él.
3. He encontrado en
David, a un hombre conforme a mi corazón que cumplirá siempre mi
voluntad…Hermanos, este mensaje de salvación está dirigido a ustedes: los
descendientes de Abraham y los que temen a Dios. (Hechos 13)
No
puede ser más directo el mensaje. El Señor se conmueve ante la respuesta
coherente y dócil de David, que conforma su voluntad con la del Padre. Y San
Pablo actualiza tan sobrecogedora misión a sus “descendientes”. Tú y yo, aquí y
ahora, somos David, Pablo…(Escucha tu nombre de labios de Jesús).
4. Debe llamarse
Juan...Porque la mano del Señor estaba con él. El niño iba creciendo y se
fortalecía en su espíritu Lc 1, 57
El único santo del que la Iglesia celebra su nacimiento para el suelo –el
día de hoy- y para el cielo –en su martirio. El mayor de los nacidos de mujer,
el que preparó el camino del Señor, el que enfrentó al vicioso y poderoso
Herodes con su vida limpia, austera, sin doblez.
Me enternece saber que saltó de alegría cuando estaba por nacer en las
entrañas de su madre Isabel, porque el Espíritu Santo le impulsó al calor de la
presencia maternal de Santa María en la Visitación. ¡Magnífico magníficat!
BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista
Domingo 24 de junio de 2012
Solemnidad del Nacimiento de san Juan Bautista
Domingo 24 de junio de 2012
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy, 24 de junio, celebramos la solemnidad del Nacimiento de san Juan
Bautista. Con excepción de la Virgen María, el Bautista es el único santo del
que la liturgia celebra el nacimiento, y lo hace porque está íntimamente
vinculado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. De hecho, desde
el vientre materno Juan es el precursor de Jesús: el ángel anuncia a María su
concepción prodigiosa como una señal de que «para Dios nada hay imposible» (Lc 1,
37), seis meses antes del gran prodigio que nos da la salvación, la unión de
Dios con el hombre por obra del Espíritu Santo. Los cuatro Evangelios dan gran
relieve a la figura de Juan el Bautista, como profeta que concluye el Antiguo
Testamento e inaugura el Nuevo, identificando en Jesús de Nazaret al Mesías, al
Consagrado del Señor. De hecho, será Jesús mismo quien hablará de Juan con
estas palabras: «Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero
delante de ti, para que prepare tu camino ante ti. En verdad os digo que no ha
nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en
el reino de los cielos es más grande que él» (Mt 11, 10-11).
El padre de Juan, Zacarías —marido de Isabel, pariente de María—, era
sacerdote del culto del Antiguo Testamento. Él no creyó de inmediato en el
anuncio de una paternidad tan inesperada, y por eso quedó mudo hasta el día de
la circuncisión del niño, al que él y su esposa dieron el nombre indicado por
Dios, es decir, Juan, que significa «el Señor da la gracia». Animado por el
Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión de su hijo: «Y a ti, niño, te
llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus
caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados» (Lc 1,
76-77). Todo esto se manifestó treinta años más tarde, cuando Juan comenzó a
bautizar en el río Jordán, llamando al pueblo a prepararse, con aquel gesto de
penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado
durante su permanencia en el desierto de Judea. Por esto fue llamado
«Bautista», es decir, «Bautizador» (cf. Mt 3, 1-6). Cuando un
día Jesús mismo, desde Nazaret, fue a ser bautizado, Juan al principio se negó,
pero luego aceptó, y vio al Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del
Padre celestial que lo proclamaba su Hijo (cf. Mt 3, 13-17).
Pero la misión del Bautista aún no estaba cumplida: poco tiempo después, se le
pidió que precediera a Jesús también en la muerte violenta: Juan fue decapitado
en la cárcel del rey Herodes, y así dio testimonio pleno del Cordero de Dios,
al que antes había reconocido y señalado públicamente.
Queridos amigos, la Virgen María ayudó a su anciana pariente Isabel a
llevar a término el embarazo de Juan. Que ella nos ayude a todos a seguir a
Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, a quien el Bautista anunció con gran
humildad y celo profético.