“Refugio mío, alcázar mío, Dios mío,
confío en Ti”
El salmo 90 nos pone en sintonía y
nos dispone interiormente a seguir meditando hoy en ese manantial de Vida que
es el Corazón de Jesús. Cierro los ojos, abro los ojos del alma y repito en mi
interior: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en Ti”.
Tenemos muy reciente la solemnidad del Corpus Christi y las lecturas de hoy
parece que nos invitan a prolongar lo vivido el día de ayer para que profundicemos
aún más en el insondable amor misericordioso del Padre.
Es muy significativo lo que dice el
apóstol Pedro en la primera lectura: “Su divino poder nos ha concedido
todo lo que conduce a la vida y a la piedad, dándonos a conocer al que nos ha
llamado con su propia gloria y potencia. Con eso nos ha dado los inapreciables
y extraordinarios bienes prometidos, con los cuales podéis escapar de la
corrupción que reina en el mundo por la ambición, y participar del mismo ser de
Dios”. Vemos en el escrito una referencia, como “oculta”, al don de la
Eucaristía, bien “inapreciable y extraordinario” que nos
hace “participar del mismo ser de Dios”. En este momento podríamos
meditar sobre nuestras comuniones, que quizá muchos de los que están leyendo
esta meditación la reciben diariamente, pero que muchas veces se convierte en
parte de la rutina. Podemos preguntarnos, ¿Descubro en la Eucaristía, al mismo
Corazón abierto del Señor? ¿Soy consciente que al comulgar participo del mismo
ser de Dios?
“Le quedaba uno, su hijo querido. Y
lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores
se dijeron: "Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la
herencia." Y, agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué hará el dueño de la viña?” ¿Qué
hizo el dueño de la viña?... Los amó hasta el extremo. Permitió abrir
su costado para que brotase de Él, sangre y agua… “Dios mío, confío en
Ti”. De algún modo, todos hemos sido “labradores asesinos”, y
lo seguimos siendo al dar cabida al pecado en nuestra vida, pero también hemos
experimentado la Misericordia de Dios que nos ha levantado de nuestra miseria y
nos ha permitido vivir una vida nueva. Ponía Abelardo en boca de Jesús:“No
me importan las miserias, lo que quiero es amor. No me importan las flaquezas,
lo que quiero es confianza”. Junio es el mes de la confianza,
qué vivamos con ese Espíritu, así como lo hizo la Virgen, en su Hágase-Estar.
Que la acompañemos muy de cerca en esta Campaña de la Visitación.