10 diciembre 2018. Lunes de la II semana de Adviento – Puntos de oración


Podemos empezar nuestra oración recitando el salmo. Hoy corresponde el salmo 84.
“He aquí nuestro Dios; viene en persona y nos salvará”.
El señor va a entrar en el mundo por la Encarnación, si le dejamos acampará en nuestra alma. El que es el Señor de la tierra y cuanto la llena, quiere morar en el hombre de manos inocentes y puro corazón, aquel que no confía en los ídolos.
“Él nos dará la lluvia y nuestra tierra dará su fruto”. Solo Él nos salvará y solo a través de Él daremos fruto.
Vamos a traer a nuestra imaginación la escena de un hombre paralítico al que sus amigos le acercan a Jesús.  Abelardo decía que muchas veces veía en el evangelio cómo acercaban a Jesús enfermos a curarles, pero no tanto pecadores para que los perdonase, que era a lo que había venido. Para Jesús esto debía ser doloroso.
En la escena vemos a unos hombres que hacen un esfuerzo por introducir al paralítico en la sala en que Jesús se encontraba. Escribiría Abelardo: “El amor de Jesús salta de la parálisis corporal al alma paralizada por el pecado. Entra en lo profundo del amor humano y, leyendo los deseos de este hombre postrado en una camilla, le dice lleno de ternura: “¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados”. (Aguaviva. Abelardo de Armas, pág. 115).
También en nosotros, Jesús lee nuestros deseos, nuestros pensamientos. Nos pide que llenemos nuestro corazón de confianza. “Si te falta confianza, pídemela. Dime: “Creo, pero ayuda mi incredulidad”. (Abelardo. Op.cit).
Como nos recuerda el salmo, el hombre no se salva por sí mismo. De hecho, quien ha tenido la soberbia de intentarlo, incluso entre los cristianos, ha fracasado.
Este paralítico, esta alma paralizada por la desconfianza representa, nos representa, a todos los hombres y mujeres.  Aquellos que necesitan sentir esa verdad que es: Dios los ama desde la eternidad, necesitan sentir que Dios les ama desde siempre. “Eternamente me amaste aun cuando yo no existía”, escribía Abelardo en una de sus canciones.
Representa también a aquellos que han sentido el amor de Dios en algún momento de su vida, pero piensan que no han correspondido adecuadamente. Estos necesitan creer en la misericordia de Dios, necesitan creer que Dios no se rinde nunca, buscando un alma y si vuelven a la “casa del Padre” de más gracias les colmará, como hizo aquel padre bueno que oteaba el horizonte cada mañana, esperando el regreso de su “hijo pródigo”.   
Terminemos estas reflexiones, de nuevo, con Abelardo. “Si todavía tu miseria te deprime, ahí tienes a tu Madre, madre de la confianza. Acógete a ella, que su mano te atraerá a mí”. (Abelardo. Op.cit). Pidamos a la Madre “sus oídos para escucharle”, escuchar decir al Señor: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete”. “Deja de mirarte a ti mismo, tu alma paralizada está libre”.

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