Podemos empezar nuestra oración
recitando el salmo. Hoy corresponde el salmo 84.
“He aquí nuestro Dios; viene en persona
y nos salvará”.
El señor va a entrar en el mundo por la
Encarnación, si le dejamos acampará en nuestra alma. El que es el Señor de la
tierra y cuanto la llena, quiere morar en el hombre de manos inocentes y puro
corazón, aquel que no confía en los ídolos.
“Él nos dará la lluvia y nuestra tierra
dará su fruto”. Solo Él nos salvará y solo a través de
Él daremos fruto.
Vamos a traer a nuestra imaginación la
escena de un hombre paralítico al que sus amigos le acercan a Jesús.
Abelardo decía que muchas veces veía en el evangelio cómo acercaban a Jesús
enfermos a curarles, pero no tanto pecadores para que los perdonase, que era a
lo que había venido. Para Jesús esto debía ser doloroso.
En la escena vemos a unos hombres que
hacen un esfuerzo por introducir al paralítico en la sala en que Jesús se
encontraba. Escribiría Abelardo: “El amor de Jesús salta de la
parálisis corporal al alma paralizada por el pecado. Entra en lo profundo del
amor humano y, leyendo los deseos de este hombre postrado en una camilla, le
dice lleno de ternura: “¡Animo!, hijo, tus pecados te son perdonados”. (Aguaviva.
Abelardo de Armas, pág. 115).
También en nosotros, Jesús lee nuestros
deseos, nuestros pensamientos. Nos pide que llenemos nuestro corazón de
confianza. “Si te falta confianza, pídemela. Dime: “Creo, pero ayuda mi
incredulidad”. (Abelardo. Op.cit).
Como nos recuerda el salmo, el hombre no
se salva por sí mismo. De hecho, quien ha tenido la soberbia de intentarlo,
incluso entre los cristianos, ha fracasado.
Este paralítico, esta alma paralizada
por la desconfianza representa, nos representa, a todos los hombres y
mujeres. Aquellos que necesitan sentir esa verdad que es: Dios los ama
desde la eternidad, necesitan sentir que Dios les ama desde siempre. “Eternamente
me amaste aun cuando yo no existía”, escribía Abelardo en una de sus
canciones.
Representa también a aquellos que han
sentido el amor de Dios en algún momento de su vida, pero piensan que no han
correspondido adecuadamente. Estos necesitan creer en la misericordia de Dios,
necesitan creer que Dios no se rinde nunca, buscando un alma y si vuelven a la
“casa del Padre” de más gracias les colmará, como hizo aquel padre bueno que
oteaba el horizonte cada mañana, esperando el regreso de su “hijo
pródigo”.
Terminemos estas reflexiones, de nuevo,
con Abelardo. “Si todavía tu miseria te deprime, ahí tienes a tu Madre,
madre de la confianza. Acógete a ella, que su mano te atraerá a mí”. (Abelardo.
Op.cit). Pidamos a la Madre “sus oídos para escucharle”, escuchar decir al
Señor: “A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete”.
“Deja de mirarte a ti mismo, tu alma paralizada está libre”.