Jesús acaba de nacer. Apenas se ha
iniciado la vida con cierta normalidad. Los pastores se volvieron con sus
rebaños. Los magos retornan a su tierra después de contemplar con sus propios
ojos, la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, su esperanza se
ha colmado. Y ahora… otra manera de manifestarse la voluntad de Dios en su
propio Hijo.
Aparece san José como protagonista.
Tiene la obligación y el deseo de proteger con su vida, la vida de María y de
Jesús.
Su descanso se acortó. Es un experto en
reconocer la voz de Dios, aunque sea velada en medio del sueño y del cansancio.
No necesita más explicación. Apenas tiene tiempo para comentar, con María, el
mandato que ha recibido, huir con su familia a Egipto para salvar la vida de su
Hijo.
Docilidad y desprendimiento es la
actitud de José. Ni una queja. “Tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a
Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes…” que en ese momento tampoco sabía
cuándo iba a ocurrir.
La consecuencia de Herodes al verse
burlado por los magos fue violenta, desproporcionada, brutal. Y mueren a espada
los niños más pequeños de los alrededores de Belén por un capricho del
“todopoderoso” Herodes.
¿Por qué a veces nuestros errores y
fantasías con deseos de posesión y poder la sufren las personas más inocentes?
Es un buen momento para cuestionarnos
por esas preguntas que quedan sin respuesta. ¿Por qué existe el mal, el
sufrimiento? ¿se puede suprimir?
¿Qué sentido tiene el sufrimiento de
Jesús, María y José a los pocos días de nacer?
Contemplemos a Jesús en Belén, en la
Eucaristía, en la Cruz. Siempre se desprende de su vida hacer la voluntad del
Padre. Su voluntad es nuestra salvación.
Contemplemos a José y a María en diálogo
íntimo para descubrir en todo lo que nos sucede tiene sentido desde la dulce
presencia del Jesús Niño que nace para mí. ¡FELIZ NAVIDAD!