En este tiempo nos acercamos emocionados
al misterio de Belén. Una persona felicitaba las fiestas de Navidad con este
mensaje: ¡el cielo en la tierra! En este día y, en los siete siguientes,
estamos envueltos en una atmósfera celestial, ¡Dios con nosotros! ¡Presente a
nuestro lado! ¡Acercándose de una forma increíble!
Mucho más allá de nuestros cálculos, es
la presencia de Dios como nadie la hubiera esperado, desbordante, radiante,
alentadora, inspiradora, sorprendente.
Navidad es el cielo en la tierra.
Navidad es el Infinito en el pequeño recién nacido en la cueva de Belén. Es la
eternidad presente en el tiempo. Es el cielo. Dios con nosotros, Dios contigo,
Dios conmigo.
Encarnación, nacimiento, Nazaret,
trabajo y vida oculta, predicación y anuncio del Evangelio, pasión, muerte y
resurrección, Gloria... ¡presencia del Reino ya en la tierra como anticipo
gozoso y esperanzador! En Belén todo está presente.
En la vida del cristiano también se hace
presente este misterio de Dios a nuestro lado. ¡Que brille tu rostro y nos
salve! hemos pedido en el último domingo de adviento y hoy también: ¡Haz
brillar tu rostro sobre tu siervo!
En este Niño brilla la divinidad, en
este niño la humanidad es levantada hasta lo más alto, Dios que se hace hombre
para que el hombre se haga una sola cosa con Dios, y nosotros, cada uno,
estamos invitados a descubrir que Él es nuestra meta, que caminamos hacia lo
alto, que allá está nuestra meta… ¡Añoranza de cielo es Belén!
En medio de tanta oscuridad que nos
rodea brilla el rostro de Dios y ha de brillar en cada uno de los bautizados.
Como brilló en el rostro de Esteban. El vio el cielo abierto. Ese cielo hacia
el que nos encaminamos y que está en nosotros por la gracia: Cristo presente en
nuestras almas.
En cada uno de nosotros, en nuestro paso
por la tierra, se hace presente el cielo cuando Cristo vive en cada uno de
nosotros, cuando Cristo recién nacido, vive en ti, vive en mí. Para muchos esta
será la presencia más cercana de este Dios nacido pobre y humilde en Belén: la
que llegue a través de cada uno.
Venir a la oración es como venir el portal
de Belén: ¡contempladlo y quedaréis radiantes! ¡Llevad a los demás lo
contemplado! De este encuentro con Dios hecho niño debemos salir transformados,
igual que del encuentro con Cristo en la eucaristía. De Belén y de la
Eucaristía hemos de salir transformados, renovados, radiantes.
De la oración salimos como enviados del
Reino, como portadores del cielo. Ese cielo que se ha abierto ya desde Belén,
ese cielo abierto que contempla Esteban, porque desde que Cristo entra en el
mundo, y toma un cuerpo, y dice “aquí estoy para hacer tu voluntad”, el cielo
está ya abierto. Los pequeños, los sufridos, los sencillos de corazón lo
alcanzan… ¡los que perseveran hasta el final sin cansarse nunca de estar
empezando siempre!
¡María, nuestra madre, cerquita de San José: tus ojos para mirarle, tus
oídos para escucharle, tu corazón para amarle!