26 diciembre 2018. San Esteban, protomártir – Puntos de oración

En este tiempo nos acercamos emocionados al misterio de Belén. Una persona felicitaba las fiestas de Navidad con este mensaje: ¡el cielo en la tierra! En este día y, en los siete siguientes, estamos envueltos en una atmósfera celestial, ¡Dios con nosotros! ¡Presente a nuestro lado! ¡Acercándose de una forma increíble!
Mucho más allá de nuestros cálculos, es la presencia de Dios como nadie la hubiera esperado, desbordante, radiante, alentadora, inspiradora, sorprendente.
Navidad es el cielo en la tierra. Navidad es el Infinito en el pequeño recién nacido en la cueva de Belén. Es la eternidad presente en el tiempo. Es el cielo. Dios con nosotros, Dios contigo, Dios conmigo.
Encarnación, nacimiento, Nazaret, trabajo y vida oculta, predicación y anuncio del Evangelio, pasión, muerte y resurrección, Gloria... ¡presencia del Reino ya en la tierra como anticipo gozoso y esperanzador! En Belén todo está presente.
En la vida del cristiano también se hace presente este misterio de Dios a nuestro lado. ¡Que brille tu rostro y nos salve! hemos pedido en el último domingo de adviento y hoy también: ¡Haz brillar tu rostro sobre tu siervo!
En este Niño brilla la divinidad, en este niño la humanidad es levantada hasta lo más alto, Dios que se hace hombre para que el hombre se haga una sola cosa con Dios, y nosotros, cada uno, estamos invitados a descubrir que Él es nuestra meta, que caminamos hacia lo alto, que allá está nuestra meta… ¡Añoranza de cielo es Belén!
En medio de tanta oscuridad que nos rodea brilla el rostro de Dios y ha de brillar en cada uno de los bautizados. Como brilló en el rostro de Esteban. El vio el cielo abierto. Ese cielo hacia el que nos encaminamos y que está en nosotros por la gracia: Cristo presente en nuestras almas.
En cada uno de nosotros, en nuestro paso por la tierra, se hace presente el cielo cuando Cristo vive en cada uno de nosotros, cuando Cristo recién nacido, vive en ti, vive en mí. Para muchos esta será la presencia más cercana de este Dios nacido pobre y humilde en Belén: la que llegue a través de cada uno.
Venir a la oración es como venir el portal de Belén: ¡contempladlo y quedaréis radiantes! ¡Llevad a los demás lo contemplado! De este encuentro con Dios hecho niño debemos salir transformados, igual que del encuentro con Cristo en la eucaristía. De Belén y de la Eucaristía hemos de salir transformados, renovados, radiantes.
De la oración salimos como enviados del Reino, como portadores del cielo. Ese cielo que se ha abierto ya desde Belén, ese cielo abierto que contempla Esteban, porque desde que Cristo entra en el mundo, y toma un cuerpo, y dice “aquí estoy para hacer tu voluntad”, el cielo está ya abierto. Los pequeños, los sufridos, los sencillos de corazón lo alcanzan… ¡los que perseveran hasta el final sin cansarse nunca de estar empezando siempre!
¡María, nuestra madre, cerquita de San José: tus ojos para mirarle, tus oídos para escucharle, tu corazón para amarle!

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