* Primera lectura: Por su gracia y misericordia conocemos a Dios, nos ha hecho suyos, hemos entrado en una Alianza nueva y eterna, más fuerte y más íntima que la alianza matrimonial, Él vive en nosotros por la gracia y nosotros vivimos en Él… entonces no podemos dejar de amar como Él nos ha amado, pues por estar en comunión de vida con Él, nosotros hemos de ser amor, como Dios es amor. El mandato antiguo que decía: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, ha sido superado. Nosotros tenemos un mandamiento nuevo, pues el Señor nos ha pedido amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado. Puesto que por medio de la fe y del Bautismo hemos sido consagrados a Dios, unidos a Jesucristo y hechos templo del Espíritu Santo, seamos un signo claro del amor que Dios nos tiene, amando al estilo del amor con que Cristo nos amó a nosotros. Porque el amor de Dios es total entrega: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que todos tengan vida eterna». El mismo Jesús relaciona las dos direcciones del amor: «yo os he amado: amaos unos a otros».
* Salmo 95: A Dios dirigimos el canto nuevo que brota de la presencia del Espíritu Santo en nosotros. Desde la venida de Cristo, nosotros hemos sido unidos a Dios como hijos por vivir en comunión con Cristo Jesús, su Hijo. Y junto con los redimidos la creación entera se convierte en una alabanza del Nombre de Dios. Nuestra vida, convertida en un canto de amor a Dios como Padre nuestro, debe convertirse también en un cántico de amor fraterno mediante el cual alegremos a los necesitados para socorrerlos y ayudarlos a salir de sus limitaciones humanas y materiales. Ese anuncio gozoso debe llegar también a los pecadores, los cuales, tratados con el mismo amor con que Cristo busca la oveja descarriada hasta encontrarla y llevarla sobre sus hombros de vuelta a casa, han de experimentar esa preocupación de Cristo desde quienes creemos en Él. Así la Iglesia de Cristo podrá colaborar en la realización de un mundo más justo, más en paz, más fraterno. Entonces realmente habremos contribuido a la alegría de todas las naciones, pues desde la Iglesia fiel a su Señor, todos podrán experimentar las maravillas de la salvación, que nos concedió en Cristo Jesús.
* Evangelio: Cumplido el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés... Aun siendo Dios, Jesús sigue las leyes humanas. Contemplemos largamente esta humildad profunda, de la que San Pablo dirá que es un "anonadamiento", una "kenosis"(Filipenses, 2, 7).
No era necesario que María fuese a purificarse, pues era Inmaculada. Tampoco hacía falta presentar al Niño al Templo, pues era más correcto que el Templo se presentase ante el mismo Dios hecho hombre. Pero así quisieron hacerlo José y María. Hay aquí otra lección de humildad. No querían los padres escapar a ningún precepto de la ley de Moisés. Simplemente amaban a Dios con toda el alma y querían darle gusto hasta en los mínimos detalles y obedecían por puro amor.
La sencilla acción de José y María tuvo una repercusión trascendental en la vida de Simeón y de Ana. De esta manera cumplió Dios lo que había prometido al justo y piadoso Simeón por una revelación particular del Espíritu Santo por la que “no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor”.
Nos puede ayudar a caer en la cuenta la importancia que tiene para los demás nuestra fidelidad a Dios. Cumplir con nuestros deberes religiosos es fuente de gozo y bendiciones para los demás. Aunque no sea esa nuestra intención, podemos ayudar a cambiar la vida de otras personas, como le sucedió a Simeón cuando la Virgen María y José acudieron al Templo.
Jesucristo ha venido a nosotros. ¿Lo reconocemos con fe y amor como nuestro Dios y Salvador? Cristo, Luz de las naciones, no sólo ha de iluminar nuestra vida, sino que, por nuestra unión a Él, debemos ser también nosotros luz del mundo.
ORACIÓN FINAL:
Concede, Señor, a tu pueblo perseverancia y firmeza en la fe, y a cuantos confiesan que tu Hijo, Dios de gloria eterna como tú, nació de Madre Virgen con un cuerpo como el nuestro, líbralos de los males de esta vida y ayúdales a alcanzar las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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