“A
Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el
que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en la
tristeza el que habla”
Resumen de
estas lecturas de hoy: humildad y anuncio, humildad como puerta de entrada al
encuentro con el Señor. La ciudad de Belén había sido una gran ciudad, la
ciudad natal del gran Rey David, pero había quedado eclipsada por la ciudad
santa: Jerusalén. Sin embargo, será Belén la elegida para que nazca Dios hecho
hombre. Así yo, pequeñito y miserable, aunque haya hecho cosas alguna vez más o
menos grandes, también estoy llamado a ser lugar donde Dios pueda nacer…
La humildísima Virgen María fue la madre del Salvador, no porque fuera “una
crack”, sino precisamente por su humildad.
¿Y cuáles son
las señales de ese anuncio, de esa presencia de Dios? La alegría y la
bienaventuranza (es decir, la felicidad). Solo con la original y real presencia
de Cristo, puedo alcanzar la verdadera alegría y felicidad. Lo sintió Juan
desde el seno de Isabel y lo sintió Isabel. Lo sintió San Pablo que escribe la
segunda lectura y lo sintieron los pastores que fueron a adorar al Niño Dios.
Y, ¿cómo ser
humilde? Nos lo dice San Pablo: “He aquí que vengo para hacer tu Voluntad”.
Hacer la Voluntad no Dios no mata nuestra libertad y felicidad, al contrario,
es el camino que podemos escoger libremente y que nos lleva irremediablemente a
la alegría y felicidad, porque es en la presencia de Dios como tenemos la vida
plena; es la petición del salmo: “no nos alejaremos de Ti, danos vida”. Por
esto Dios se hace hombre, para ser el “Dios-con-nosotros”.