Hoy he estado hablando con una persona
que podríamos decir sencilla, ya mayor y de una sabiduría que no la dan muchos
libros. Estaba exponiéndola mis crisis de fe y desencantos. Y me ha consolado
diciéndome que no me preocupe, que confíe en el poder de la oración. Luego,
tras un breve rato de tertulia, me soltó que hay mucha gente que reza. Y me
recordó aquello que se nos ha dicho muchas veces de que, si recorriésemos los
estratos profundos de nuestras ciudades, encontraríamos una gran cantidad de
hogares, por donde discurren ríos de aguas vivas, corrientes de plegarias y
oración. Cuántas intercesiones y súplicas de desconocidos, que van llegando
hacia Dios y luego nos alcanzan. Y qué será desde el cielo, cuantas lluvias de
rosas nos llegan.
En este tiempo en que se nos anima al
recogimiento y la oración, quisiera animaros a entrar en este mundo de
contemplativos ocultos en la oración de la vida ordinaria, que oran sin dejar
sus quehaceres. Tienen algo en común con los contemplativos que están en los
conventos que han entregado su vida a la oración, no solo por el gusto hacia
una forma de vida, sino también por el gusto al silencio, al recogimiento, por
la vida interior.
A este tema le quiero prestar un poco de
atención, porque es por donde hacemos o hago agua. Hablando esta mañana en la
cafetería con un compañero que hace meditación, no entro en que escuela,
llegábamos a la conclusión de que toda técnica te ayuda, pero que debe existir
un orden interior y exterior previo. Yo coincidía con él y me daba cuenta de
todo lo que hemos aprendido al respecto en tantas actividades, pero cómo cuesta
vivirlo en este mundo que nos saca continuamente del silencio y como que parece
que nos anestesia la voluntad en nuestros empeños de ascesis. Es aún peor, como
si continuamente nos sacaran de nuestro interior, nos noquearan. Estamos como
el boxeador que no sabe por dónde se anda en el ring. A veces hasta nos tumban
y cuando tratamos de levantarnos, reponernos de la anterior caída y ya nos
vuelven a tumbar. Y a menudo nos encontramos peor, como con la ansiedad que
denotan los adolescentes a quienes les falta el móvil, y buscamos calmarla no a
través de una actividad ordenada y real, sino de ilusiones virtuales.
Bueno no quiero aburriros, todos sabemos
de qué hablo. Algo que se nos mete en esta sociedad del bienestar y hedonismo.
Yo hoy que os escribo me viene la otra
imagen que os quiero proponer. La de la virgen. Contemplarla absorta, en
silencio, hace de toda actividad oración. Todo lo hace con vistas a la oración,
es más lo convierte en oración. No se propone pausarse para rezar, para pedir
por todas sus intenciones o listas de nombres, sino que todo lo ordena para que
se convierta en oración de súplica. Es como si toda su vida se espiritualizara.
Y a la vez, no se sale si en medio de la actividad se para y suplica o
intercede. Proponérnoslo nosotros también. Que todo lo hagamos uno, le demos
unidad, porque todo está inmerso en este dinamismo que es la oración. Y así uno
se acerca a Él, se hace uno con Él, es capaz de comprender al Señor en lo más
complicado de la vida, de los aconteceres. Y también recibe luz sobre su vida,
porque Jesús y el Espíritu Santo van unidos. Y todo se hace oración. Y mi vida
se va haciendo más cercana al Señor, a la Virgen. Y si vivimos en ese clima de
oración, mi vida me pide orar más, acercarme más al Señor. Mi vida recupera su
centro, su enfoque. Y uno ora como respira, sin apercibirse de que lo está
haciendo. O más bien su oración se desliza en su aliento y se ha hecho
permanente como su misma respiración.
María conserva todos los acontecimientos
en el silencio de su corazón.
Con esta idea quiero dar un paso más, al
cual yo no llego. Hace silencio de corazón. Llega a un silencio de cosas y
personas, para estar centrada solo en Él. El Señor es su todo, existe una unión
esponsal que requiere vivir con los ojos puestos en Él. Ella se siente bajo la
mirada del Padre. Es necesario de ese silencio para oír la Palabra del Padre.
Y sólo si hacemos silencio podremos
escuchar la palabra de Dios en las Escrituras o en las personas, para poder
descubrir su voluntad. El silencio ensancha nuestro ser para acoger al Señor.
Y quiero acabar contemplando esta
escucha, en el silencio, de María. El silencio ha ahondado tanto su cuerpo, su
corazón, su alma y todo su ser, que se ha hecho pura capacidad para dar un
cuerpo a la palabra de Dios. Por eso, en el silencio, no se escuchó más que una
sola palabra: “sí, que me suceda según tu palabra”. En su fiat y
por él, en un acto conjunto con Dios, concibió un hijo que es la palabra
sustancial del Padre y la expresión total de su ser de mujer. Así pues, hacer
silencio, de sentidos, de cosas…para preparar el pesebre de nuestro pobre
corazón, a Jesús no le importa nacer en suma pobreza, nosotros poco le podemos
ofrecer, quizás los deseos.