Acabamos de estrenar un nuevo año
litúrgico en la Iglesia y podemos felicitarnos con un: “¡feliz y santo año nuevo!”.
Empecemos pues este adviento nuevo con renovadas ilusiones, llenos de buenos
deseos, y “gritemos” a todos, empezando por nosotros mismos: ¡alégrate, el
Señor está cerca, está ya a la puerta! Y a Jesús, pidámosle como a un amigo:
¡ven, Señor y quédate conmigo para siempre!
También pidamos al Corazón Inmaculado de
María, estamos en los días de su novena, que esta oración y este tiempo de
adviento recién estrenado, sea un tiempo fuerte del Espíritu, que rebosemos de
esperanza y nos preparemos para recibir a Jesús. “Mira que estoy a la puerta
y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, Yo entraré y cenaré con él, y
él Conmigo” (Ap 3,20). Creo que la mejor manera de prepararnos es
orar, orar mucho y de la manera más perfecta que nos sea posible. Hace unos
días leí en un libro sobre la oración una definición que quiero compartir con
vosotros “orar, es pensar en Jesús amándole”. Es del hermano
Carlos de Foucauld, un hombre que hizo de la oración su principal medio de
encuentro con Dios y con los hombres.
El primer personaje que presenta la
liturgia de adviento es al profeta Isaías, hoy en la primera lectura (Is
25,6-10a) el profeta habla al pueblo de Israel que pasa una tremenda crisis.
Han perdido la patria y desterrados en Babilonia lloran su situación. El hombre
de Dios ve más lejos y anuncia la gran liberación: “En aquel día
preparará el Señor…, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos
generosos. … Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las
lágrimas de todos los rostros…; celebremos y gocemos con su salvación”. Así
también nosotros ensanchemos nuestro corazón y gocémonos con la esperanza de la
salvación que nos ha sido dada en Jesucristo.
Para meditar en el Evangelio (Mt 15,
29-37) podemos ayudarnos de la siguiente composición de lugar. Ver una multitud
que acude a Jesús para escucharle y ser curados de sus dolencias y en medio de
esas gentes –“tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos…” estás tú,
echado a sus pies, también con limitaciones físicas y morales y desde ellas, no
a pesar de ellas, observas y reflexionas desde el corazón: ves
hablar a los mudos, correr a los lisiados, con vista a los ciegos y entonces,
lleno de admiración, comienzas a alabar al Señor dando rienda suelta a los
sentimientos que broten en tu corazón. Algunas claves para esta reflexión
pueden ser:
· Sano realismo. Muchas
veces pensamos que nuestros problemas no tienen solución, que humanamente no
hay salida, que somos un verdadero fracaso, etc. etc... Bueno, es verdad, los
problemas están ahí y puede que sean muy graves, no hay que negarlos, pero
vamos a mirarlos desde la fe, desde la inmensidad de Dios y desde la eternidad.
Entonces se empiezan a hacer más pequeños.
· Confianza. Pensemos
que Jesús, que tanto nos quiere, puede con su omnipotencia infinita liberarnos.
Basta que con humildad le presentemos nuestras virtudes, pocas o muchas,
nuestros deseos, aunque sean mezquinos, los logros… ¡y también los pecados!,
caídas, fracasos y miserias. En definitiva basta que nos abramos completamente
a Jesús y le demos todo sea poco o mucho, y Él se encargará del resto.
· Generosidad del Señor. “Comieron todos hasta saciarse y recogieron las
sobras: siete cestas llenas”. Jesús
no se deja ganar en generosidad, ha prometido el ciento por uno y lo cumple a
cabalidad. “Los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar
mujeres y niños”.
Y al terminar un coloquio con Nuestra
Señora, Virgen del Adviento, con ella, que acogió con fe y amor al Verbo de
Dios. Elijo algunas frases del P. Morales. Los que tuvimos la dicha de
conocerle, nos resulta familiares, pues tantas veces se las escuchamos:
“¡Santa María del Adviento, contigo
quiero vivir con intensidad creciente esta expectativa anhelante!
Corazón Inmaculado de María, prepara en
nuestros corazones los caminos del Señor ¡Dios te salve, María… llena de
gracia…!