Estimulados con el ejemplo y la
intercesión de S. Francisco Javier, iniciamos la preparación de nuestra oración
de mañana. Le pedimos nos alcance humildad, confianza y audacia evangélica.
Hoy el evangelio nos presenta la escena
del centurión con Jesús, ubicada a la entrada de Cafarnaúm. Jesús entra al
pueblo de Pedro y quien se le acerca es un centurión, es decir, un varón
acostumbrado al mando táctico y administrativo y que ha sido escogido por sus
cualidades de resistencia, templanza y mando. Esto no es óbice para que tenga
un corazón compasivo y solidario: Señor, tengo en casa un criado que
está en cama paralítico y sufre mucho. Nosotros deducimos que, aunque ese
criado ya no puede prestarle servicios, lo tiene en su casa, se gasta dinero
con él y además su cuidado depende en parte de él.
En un gesto no menos misericordioso,
Jesús le dice, voy yo a curarlo. Aquí está la oración de estos
días y de mañana. Acercarnos con respeto y confianza a Jesús y decirle, mira,
estoy enfermo. O, tengo un amigo/a que sufre y no es feliz. Ahora,
vamos a asistir a un momento cumbre en la historia de la fe de Israel y de los
siglos de cristianismo. El centurión, al decir Jesús que va el mismo, queda
desconcertado de tanto abajamiento y le hace esta observación; Señor,
no soy digno que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra y mi
criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y digo a uno: “ve”
y va; al otro: “ven”, y vine, etc.
Este hombre reconoce la autoridad de
Cristo sobre la vida y la muerte. Le otorga un rango superior a su autoridad
militar, por ello se ve indigno de recibirlo en su casa. Teóricamente es un
pagano, alguien apartado de la fe. Sin embargo, Jesús le atribuye tanta fe que
aún no la ha encontrado en Israel (pueblo escogido y heredero de las promesas
de Dios). Sin saberlo, un pagano, al igual que la cananea (la de los perrillos
que comen las migajas), universalizan la fe. ¡Quién le iba a decir a ese hombre
que su humildad y admiración por Cristo iban a quedar grabadas como en piedra
para el resto de los siglos y pronunciadas a diario por millones de cristianos!
Nuevamente, la humildad y confianza
hacia Jesús rompen la compuerta de la presa de su misericordia acumulada. Y
claro, cuando es así, desborda y arrastra todo lo que encuentra: y dijo
al centurión “vete; que te suceda según has creído”. Y en aquel momento se puso
bueno el criado.
Amigos míos, ¿Qué nos detiene en esta
confianza en el corazón de Jesús? Para mí, la oración es un impulso del
corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de
amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una
palabra, es algo grande, algo sobrenatural, que me dilata el alma y me une a
Jesús (Sta. Teresita)
En el texto que estamos meditando,
Jesús, a propósito de los paganos que creen en él, comenta: os digo que
vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob
en el reino de los cielos. Ojalá no diga nunca el Señor de nosotros
esto. Tengamos la humildad para abrirnos a aquellos que hoy llamamos paganos
o alejados de la fe y que nos pueden llevar la delantera y quizás dar
alguna lección de su vivencia concreta, como el centurión, sin buscarlo ni pretenderlo.
Acabamos de detenernos en un pasaje
donde rebosa la misericordia del corazón de Jesús. Vamos a pedir a la Madre que
nos regale, de su humildad, confianza y audacia, para acercarnos a Jesús que
está esperando ansioso una palabra nuestra y así desbordarse en misericordia.
No nos cansemos nunca de intentarlo.