Muy cerca ya de la Navidad, con las
vacaciones escolares recién estrenadas, nos ponemos como cada día en presencia
del Señor, que ya llega, que se acerca, pero que ya está aquí. Es la paradoja
del Adviento: esperar a quien siempre está con nosotros para volver a sentir la
fuerza de su presencia de una manera especial.
Para ello hagamos silencio, antes de que
llegue el ruido de las fiestas y entremos en nuestro corazón para encontrarnos
con Él. El evangelio de hoy nos presenta a María que, ya embarazada, acude sin
pensárselo a ayudar a Isabel. Es nuestro ejemplo: no nos precipitemos tanto
esperando la Navidad y desaprovechemos por ello el Adviento, que no es sino
otra ocasión de encuentro con Dios. Para ponérnoslo más fácil se hará niño, se
volverá frágil, se mostrará necesitado. Pero hoy, en tu habitación o en la
capilla, puedes acoger su amor sin condiciones.
Si imitas a María nunca te parecerá
estar esperando, porque harás Navidad en tu vida. Dejaras que Jesús nazca,
aunque no sea 24 de diciembre, porque el amor no mira el calendario, mira a los
ojos de los que necesitan el consuelo que trae el Mesías y del cual nosotros
debemos ser portadores para tantos que no le conoce, no le esperan y no le
aman.