Nos ponemos en presencia del Señor. No
vengo a pensar en Dios, sino a encontrarme Contigo.
Pedir gracia a Dios nuestro Señor, para
que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de su divina majestad.
Hoy, 6 de diciembre, celebramos en España
el día de la Constitución española. Nos alegramos todos por vivir en una
sociedad, en un país en el que reina el derecho, la justicia y la equidad. Es
uno de los pocos logros comunes compartidos por todos. Es mejor descubrir lo
que compartimos, en vez de permanecer en lo que nos divide.
Al mismo tiempo, y aun gozándonos por
vivir en un país como el nuestro, nos avergonzamos al descubrir que donde
tendría que haber derecho, en ocasiones encontramos corrupción que, en lugar de
justicia, encontramos desigualdad… Así es el corazón del hombre: casi
angelical, y en ocasiones casi animal.
Social y personalmente nos descubrimos,
como describe la primera lectura, en una ciudad fuerte, amurallada y justa, y
al mismo tiempo nos damos cuenta de que cuando esa ciudad está levantada sobre
pilares simplemente humanos, se resquebrajan por donde menos lo esperamos.
Señor, sólo Tú eres Roca firme sobre la que sustentar la propia vida.
Es necesario experimentar la ruina de la
propia vida, o al menos la propia fragilidad, para poder exclamar: Dad
gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su Misericordia. ¿Dónde amenaza ruinas, experimento fragilidad en
mí mismo, en mis relaciones, en mi proyecto de vida? Hoy es un bonito día, el
de la Constitución, para dar gracias por lo humanamente obtenido, pero
levantando el corazón y cogiendo perspectiva: sólo Dios puede sostener la
propia vida.
El Evangelio nos invita a clamar a Dios
con sinceridad, de corazón.
Y clamar, rezar de corazón, siempre va
de la mano de vivir en coherencia: obras son amores, y no buenas razones. Este
Adviento es un momento propicio para hacer espacio interior, y esperar la
venida del Salvador. Hoy necesito un Salvador, lo necesita mi hijo, y mi
hermana, y mi jefe, y…
La Salvación, se cuela por cualquier
rendija de nuestro orgullo y autosuficiencia que se abre por la humildad.
Pidamos la gracia de ser alcanzados por el Salvador que viene a los suyos, no a
los que dicen Señor, Señor, sino a los que cumplen la Voluntad de
Dios.
Termino con un coloquio con nuestra
Madre, la discípula humilde y confiada, que sintió palpitar el Corazoncito del
Señor en sus entrañas. Madre, que me deje mirar por Él, que conozca su Amor
para conmigo.