La composición de lugar para hacer hoy
la oración es muy sencilla: consiste en meterse en el Corazón de la Virgen y
desde ahí, fijarnos en su Hijo Jesucristo. Pídele hoy a la Virgen Inmaculada
tener los mismos sentimientos de amor que tuvo Ella hacia Jesús.
Dios, en su omnipotencia suprema, no ha
sido capaz de hacer nada mejor que María. Ella es la obra maestra de la
creación. El milagro más grande que hace para Ella es librarla, de una forma
especial, del pecado original.
El Señor, cuando hace al hombre, lo hace
a su imagen y semejanza. Yo siempre me he preguntado en qué cosas somos casi
iguales a Dios. No creo que sea en nada material porque Dios es espiritual; más
bien pienso que somos semejantes a Dios en la capacidad de amar y ser amado:
“Dios es amor”.
Estos grandes deseos de Dios se ven
cortados por el pecado que, sin más, aparece en la vida del ser humano. De la
noche a la mañana el hombre se subleva y rechaza a Dios, rechaza su amor y de
paso también le niega el suyo. En el mismo momento de la aparición del pecado
ya tiene Dios en la mente la forma de restituir al ser humano la dignidad
perdida; anuncia la Redención del género humano a través de Jesucristo, y
anuncia la aparición de otra figura humana, la de una mujer, que va a jugar un
papel fundamental en esa redención. Esa mujer es María y Dios no para de pensar
en cómo dotarla de grandes valores.
En primer lugar, y por los méritos de
Cristo, Dios hace que María nazca sin la mancha del pecado original; no sé si
era necesario para la redención de los hombres o sólo fue un capricho de Dios,
pero así se hizo. Por ello le estamos agradecidos al Señor para siempre.
Oh, Dios, que por la Concepción
Inmaculada de la Virgen preparaste a tu Hijo una digna morada y, en previsión
de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado, concédenos, por su
intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas. Por nuestro Señor
Jesucristo.