Nos presentamos ante Dios con la
confianza de ser sus pequeños. Asustados de nuestra pequeñez nos dice: “No
temas, yo mismo te socorro”.
Pero nos seguimos mirando a nosotros
mismos, a nuestros defectos, nuestras miserias, qué debo hacer, qué debo
cambiar, nos miramos y lógicamente nos asustamos, vemos desierto.
Pero si Dios está conmigo, a qué puedo
temer. Está deseando utilizar nuestra pequeñez para llenar de vida todo lo que
nos rodea.
Cambiar la mirada, la perspectiva, qué
puedo hacer por el que tengo al lado. Lógicamente eso nos hará cambiar cosas y
mejorar, pero no por mirarnos el ombligo sino por mirar al de al lado.
Sabiéndonos pequeños, con Dios somos
gigantes.
El que tenga oídos, que oiga.