Hoy, día 11 de diciembre, se festeja a
una santa contemporánea, Santa Maravillas de Jesús, carmelita descalza,
fundadora del Carmelo del Cerro de los Ángeles, junto a la imagen del Corazón
de Jesús a la que en el Año jubilar ya comenzado se consagrará de nuevo España
como hace cien años. Unas palabras de esta santa contemplativa nos introducen
de manera práctica en la oración:
“Estate con el Señor como Él quiera,
pero sin apartarte de su mirada divina. Procura el trato cada vez más íntimo
con Él, aunque sea en sequedad o en consolación, en silencio o en comunicación.
Él, que te mira siempre tan lleno de amor hacia tu alma, que es suya del todo,
se quedará contento si ve que le buscas”.
En esta segunda semana del adviento, se
nos invita a preparar el camino al Señor que viene. ¿Dónde viene? ¡En el
desierto! Allí comenzó Juan Bautista a predicar la conversión ante la venida
del Mesías. Nos preguntamos qué es ese desierto, dónde está, y la primera
respuesta es que ese desierto soy yo, la aridez de mi vida cuando me dominan
las tentaciones y me vuelvo a los ídolos que me seducen. En cambio, cuando
acojo con fe la Palabra de Dios y me vuelvo a Él, entonces mi desierto se
convierte en un jardín que produce frutos de justicia y santidad. Sí, en mi
interior hay un combate entre el “desierto” y el “jardín”, entre el pecado que
agosta y la gracia que vivifica. El adviento es preparar el camino al Señor
escuchando su Palabra y dejándolos modelar por ella, como lo hizo la Virgen
Inmaculada, la más bella flor que ha producido la Palabra de Dios en el Jardín
de Dios: “Hágase en mí según tu Palabra”.
Un sugerente himno de la liturgia de la
Horas reza así:
Hoy que sé que mi vida es un desierto,
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.
Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.
Para que nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.
Para que no me busque a mí cuando te
busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón.
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón.
Además, el desierto es todo ambiente en
el que falta la vida del evangelio, allí donde se sufre la ausencia del Dios de
la vida. Me impresiona que Dios se manifieste en el desierto y envíe allí su
Palabra, donde más falta hace. El Bautista empezó su predicación no en
Jerusalén o en el Templo, sino en desierto junto al Jordán y acudieron a él los
pecadores y publicanos. Un bautizado, es decir, un consagrado a Cristo por el
bautismo, ha de ser una fuente de agua viva en el desierto del mundo. Leo el
evangelio de hoy y me siento llamado por Jesús a ir a buscar la oveja perdida,
a sentirme enviado en mi ambiente de trabajo, estudio, para mostrar la
misericordia del Corazón de Cristo.
Señor, concédeme preparar caminos para
que Tú vengas a los corazones. Que tu Palabra venga sobre mí como vino sobre
Juan Bautista y me impulse a abrir sendas al evangelio, a buscar a los alejados
para ofrecerles un testimonio de alegría y esperanza que solo pueden venir de
Ti. ¡Santa maravillas de Jesús, intercede por nosotros!