Espero que te ayuden estas palabras que
te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de oración.
Sería bueno, si es posible, que realices tu rato de oración delante de Cristo
en la Eucaristía. Si no es posible porque no cuentas con esta posibilidad,
dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
En las lecturas de la Misa de hoy, Dios
por medio de su Palabra nos recuerda su gran promesa, la promesa de nuestra
salvación. Esa promesa que se concreta por medio del sí de la Virgen María y el
nacimiento de nuestro Señor. ¡Cuánto le debemos a nuestra Madre!
Es la gran promesa de Dios. Él no nos
abandona, ni siquiera en el pecado, es decir cuando le rechazamos. La promesa
cumplida del nacimiento del Enmanuel, Dios-con-nosotros, significa
que Dios no nos abandona, que se queda siempre con nosotros, en todas las
circunstancias, incluso cuando creemos que no está a nuestro lado, Él siempre
está.
Dios se queda con nosotros y quiere
nuestra amistad. Una amistad de la que salimos ganando, porque Él nos lo da
todo. Toda amistad debe ser correspondida. ¿Quieres corresponderle? ¿Cuál es la
forma más adecuada de corresponderle?, la forma adecuada es primero darnos
cuenta de que el Amigo es el Todopoderoso. Nos da la clave la lectura del
Salmo: “¿Quién puede subir al monte del Señor?... El hombre de manos inocentes
y puro corazón”. Y una vez en el monte ¿Qué tengo que hacer? Un ejemplo muy
claro de lo que tenemos que hacer es la Virgen María: fiarse de Dios, como ella
hizo con su fiat, lo puso todo en manos del Señor y nos ganó
nuestra Salvación. Gracias María.
Ponemos nuestra vida en manos de la
Virgen María para que ella nos guíe en este peregrinar en el Adviento hacia el
portal de Belén donde nos espera la verdadera Navidad.