La principal tarea de Juan fue anunciar
a sus coetáneos y cercanos el mensaje de que Jesús está cerca.
Para prepararlos al encuentro con Jesús
les iba instruyendo en valores sencillos, a la vez que exigentes.
Con humildad, giraba el foco hacia el
rostro de Jesús, “Yo os bautizo con agua, … pero Él os bautizará con Espíritu
Santo”. “Este es el cordero de Dios…”
La gente le pedía consejo: “Y nosotros,
¿qué debemos hacer?” Él escuchaba y hacía dos obras de misericordia: dar
consejo y corregir con cariño y seguridad.
Nuestra principal tarea como jóvenes
cristianos es anunciar a nuestros coetáneos y cercanos el mensaje de que Jesús
está cerca; anunciarlo de palabra, también con la Palabra; y sobre todo con el
ejemplo alegre en el cumplimiento del deber en nuestro estudio, en nuestro
trabajo. ¿Quiénes son nuestros cercanos a los que debemos de atender con
sencillo cariño constante? Pues nuestros compañeros, nuestros profesores,
nuestros alumnos, el panadero, nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros vecinos, los conductores que
conducen el coche de al lado en el atasco . . .
“Enseñar al que no sabe” dice una
canción; para prepararlos al encuentro con Jesús (primer encuentro o un séptimo
encuentro...) debemos con mucha calma coger confianza, alma-alma, ir ayudando a
quien quiera ser instruido, con total respeto a la libertad. A veces algo
insinuado con infinito amor convence más que algo gritado 45 veces (confiar en
el largo plazo). Y no tener miedo a pensar en altas metas.
¡Cuidado! Que no estemos presentándonos
a nosotros mismos, nuestras inquietudes, deseos y opiniones; que nuestra
actividad hable de Dios porque lo tenemos dentro de nosotros mediante la oración
y la Eucaristía, “porque de otra manera, todo es martillar, y hacer poco más
que nada, y a veces nada, y aun a veces daño”.
Escuchemos; escuchemos lo que nos dicen
nuestros allegados, intentemos comprenderles conociéndolos con sus gestos,
palabras…; escuchemos a Dios; ¿para qué me ha puesto de intermediario entre Él
y esta persona que tengo delante?
Para escuchar hace falta mucho silencio,
mucha calma; ¡pero calma activa, en escucha profunda, no en profundo sueño!;
porque hablar con Dios en nuestros ratos de oración no son “sueños de
adolescente”, son la realidad que va marcando el sentido último de nuestra
existencia.
Nos acogemos a Santa María, nuestra
Madre, para que nos enseñe a saborear la presencia divina de su Hijo; que así
sea.