Para la oración de hoy, tras serenar el
corazón, ponernos en presencia del Omnipotente, e invocar al Espíritu Santo, os
brindo un texto del Papa Francisco para que nos ayude a meditar sobre el
Evangelio de hoy:
“El Evangelio de este domingo nos
presenta a Jesús enfrentando a los saduceos, quienes negaban la resurrección. Y
es precisamente sobre este tema que ellos hacen una pregunta a Jesús, para
ponerlo en dificultad y ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos.
Parten de un caso imaginario: «Una mujer tuvo siete maridos, que murieron uno
tras otro», y preguntan a Jesús: «¿De cuál de ellos será esposa esa mujer
después de su muerte?». Jesús, siempre apacible y paciente, en primer lugar
responde que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de la
vida terrena. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión donde, entre otras
cosas, ya no existirá el matrimonio, que está vinculado a nuestra existencia en
este mundo. Los resucitados —dice Jesús— serán como los ángeles, y vivirán en
un estado diverso, que ahora no podemos experimentar y ni siquiera imaginar.
Así lo explica Jesús.
Pero luego Jesús, por decirlo así, pasa
al contraataque. Y lo hace citando la Sagrada Escritura, con una sencillez y
una originalidad que nos dejan llenos de admiración por nuestro Maestro, el
único Maestro. La prueba de la resurrección Jesús la encuentra en el episodio de
Moisés y de la zarza ardiente (cf. Ex 3, 1-6), allí donde Dios se revela como
el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob. El nombre de Dios está relacionado a
los nombres de los hombres y las mujeres con quienes Él se vincula, y este
vínculo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos decir también de la
relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros: ¡Él es nuestro Dios!
¡Él es el Dios de cada uno de nosotros! Como si Él llevase nuestro nombre. A Él
le gusta decirlo, y ésta es la alianza. He aquí por qué Jesús afirma: «No es
Dios de muertos, sino de vivos: porque para Él todos están vivos» (Lc 20, 38).
Y éste es el vínculo decisivo, la alianza fundamental, la alianza con Jesús: Él
mismo es la Alianza, Él mismo es la Vida y la Resurrección, porque con su amor
crucificado venció la muerte. En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a
todos, y gracias a Él todos tienen la esperanza de una vida aún más auténtica
que ésta. La vida que Dios nos prepara no es un sencillo embellecimiento de
esta vida actual: ella supera nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende
continuamente con su amor y con su misericordia.
Por lo tanto, lo que sucederá es
precisamente lo contrario de cuanto esperaban los saduceos. No es esta vida la
que hace referencia a la eternidad, a la otra vida, la que nos espera, sino que
es la eternidad —aquella vida— la que ilumina y da esperanza a la vida terrena
de cada uno de nosotros. Si miramos sólo con ojo humano, estamos predispuestos
a decir que el camino del hombre va de la vida hacia la muerte. ¡Esto se ve!
Pero esto es sólo si lo miramos con ojo humano. Jesús le da un giro a esta
perspectiva y afirma que nuestra peregrinación va de la muerte a la vida: la
vida plena. Nosotros estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena, y
esa vida plena es la que ilumina nuestro camino. Por lo tanto, la muerte está
detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios
de los vivientes, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro
nombre, como Él dijo: «Yo soy el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob», también el
Dios con mi nombre, con tu nombre, con tu nombre..., con nuestro nombre. ¡Dios
de los vivientes! ... Está la derrota definitiva del pecado y de la muerte, el
inicio de un nuevo tiempo de alegría y luz sin fin. Pero ya en esta tierra, en
la oración, en los Sacramentos, en la fraternidad, encontramos a Jesús y su
amor, y así podemos pregustar algo de la vida resucitada. La experiencia que
hacemos de su amor y de su fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón
y aumenta nuestra fe en la resurrección. En efecto, si Dios es fiel y ama, no
puede serlo a tiempo limitado: la fidelidad es eterna, no puede cambiar. El
amor de Dios es eterno, no puede cambiar. No es a tiempo limitado: es para
siempre. Es para seguir adelante. Él es fiel para siempre y Él nos espera, a
cada uno de nosotros, acompaña a cada uno de nosotros con esta fidelidad
eterna.”
Ángelus, Domingo 10 de noviembre de
2013.