27 noviembre 2019. Miércoles de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Seguimos bajo el impacto de la partida al cielo de Abelardo. Hay fiesta en el cielo esta semana. Nos ayuda la imagen de todo el cielo cantando junto con Abe la misericordia de Dios, dando así gloria a su nombre santo.
Por eso hacer este rato de oración de hoy resulta muy fácil. Resulta fácil ponernos en la presencia de Dios. Abe nos ayuda a ello, porque ya está con él. Y así repetir, como él nos enseñaba las tandas de ejercicios: que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.
Y es también fácil, porque hoy ayudan bastante, hacer oración de las lecturas de la misa.
La primera, del libro de Daniel, va dirigida no solo al rey Baltasar, hijo de Nabucodonosor, sino también a todos nosotros. Porque de una u otra forma en nuestra vida hacemos mucho de lo que aquí se cuenta. Hemos falseado las cosas de Dios, le hemos utilizado para nuestros fines, podemos habernos aprovechado muchas veces de nuestra fe para justificar nuestro propio egoísmo, nuestros escaqueos de entregarnos a los demás justificándolo en dedicarnos al Señor. Podemos habernos hecho dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra o de madera. Ídolos que ocupan nuestra mente y nuestra vida y desplazan el mensaje del evangelio, la amistad personal con Jesús o la entrega generosa a los que nos necesitan. Nos hemos rebelado contra el Señor del cielo, no hemos aceptado su voluntad, hemos rehusado aceptar el último lugar, nos hemos rebelado ante nuestras miserias y hemos querido resolver nuestra vida sin contar con él.
Baltasar no fue capaz de reconocer su error y volverse hacia Dios pidiendo misericordia. Sin embargo, Jesús ha intercedido ya por nosotros y ha volcado con creces su misericordia en nuestra vida. Gratitud, confianza, entrega, deben brotar de nuestro corazón.
El evangelio de hoy es una llamada a la confianza en medio de las dificultades, a vivir sin miedo nuestra fe. Porque deseamos poner nuestra confianza solo en Dios, porque miramos nuestras manos vacías y las vemos llenas de los dones de Dios, porque María nos empuja a dejar de miramos a nosotros mismos, podemos confiar, dando testimonio, en medio de pruebas y contradicciones, del amor de Dios que quiere derramar sobre todos.
Confianza: ni un cabello de nuestra cabeza perecerá, por la perseverancia salvaremos nuestras almas y las de los que nos rodean, y las de tantos que no conocemos. En el cielo descubriremos un panorama impresionante de gracias que se han derramado cada vez que hemos reconocido ante el Señor nuestra impotencia y le hemos pedido que sea Él y no nosotros el que dirija nuestra vida.
Que sintamos cerca ese amor de Dios que Abe, incansable, no se cansó de predicar, y, sintiéndolo muy cerca de cada uno, sigamos su ejemplo y vivamos hoy todo el día desde el corazón de María, muy cerquita de san José.

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