Ven Espíritu Santo… ilumina nuestras
inteligencias, fortalece nuestras voluntades, enciende nuestros corazones en el
fuego de tu Amor. Abe, intercede por la Cruzada de Santa María, y por mí, que
he sido llamado a vivir su espiritualidad y compartir su misión.
La invitación de hoy es muy sencilla:
rumiar la primera lectura, y pedir que la gracia que ya se nos ha concedido,
fructifique. Por tanto, Oracion en tres tiempos:
1. Leer y meditar la primera lectura. ¿De qué me hablas, Señor? ¿Qué me viene
hoy a la cabeza y al corazón con fuerza al leer el sueño de Nabucodonosor?
¿Acaso también en mi vida hay ídolos de oro y pies de barro? Hoy me llamas a
salir de la mentira en mi vida, a dejar de decorarme, de adornarme, de tratar
de brillar humanamente, para ser edificado sobre la Roca de tu Amor…
2. Hace unos días falleció Abelardo de Armas. Él recibió una gran gracia en la
clausura de sus 50 años de vida. Viéndole morir reducido a la nada, es posible
romper las ataduras de nuestros miedos, derrotar a nuestros ídolos con el
nombre de Jesucristo, porque si en la vida de Abe triunfó el Amor, en nosotros
también puede hacerlo, si abandonamos brillos y maquillajes postizos para
dejarnos mirar con Amor por Dios Padre en la desnudez de nuestra pobreza. Así
relata él la gracia de las manos vacías, la inmensa gracia que pidió (y se le
concedió) para toda la Institución:
Quiero comunicaros que todas vuestras
oraciones y sacrificios ofrecidos con motivo de mi cumpleaños debieron caer en
mi alma cuando la mañana del 17 de febrero ofrecía la Misa con cuatro hermanos
míos, en el Carmelo de Duruelo.
Era la gracia de ver mi nada en el
momento de nacer. Cuando por no tener carecía hasta de la vida de la gracia. Vi
mi cuerpecito sucio de niño recién nacido, atendido y acariciado por la ternura
de una madre que, hasta el cariño que volcaba en mí, era puesto por Dios en su
corazón.
Y deseé morir como nací. Nacer a la vida
eterna como a la temporal. Si el ser se me dio gratis y la gracia del bautismo
sin merecimiento alguno, así en la plenitud de mi nada deseo entrar con las
caricias de la Madre del cielo en el regazo del Padre. Por pura gracia y con
las manos vacías. Ser pura, purísima alabanza de Dios, Autor de todas mis obras
que ha obrado Él en cuanto hayan sido buenas. Y glorificador de las auténticas
mías, las malas, que su misericordia lavó con la sangre derramada por mi
Salvador en la Cruz.
En aquella acción de gracias, bajo el
influjo de esa canción, Dios me iba haciendo a mí sentir un deseo inmenso… de
que me dejase manejar en mi nada, y comprender entonces que toda la vida (no
solo la mía, sino la de cada uno) es un milagro de exquisita misericordia de
Dios. Y yo me iba diciendo aquel día: “Señor, hoy hace 51 años que nací. Yo no
hice ningún mérito para nacer. Yo no me escogí a mí mismo; me escogiste tú, me
sacaste desde la eternidad. Y hoy nací yo, por pura misericordia, por pura
gracia tuya. Y entré en la tierra por tu pura gracia.
Y lo primero que encontré fue una madre,
que me cuidaba y que tenía puesto ese instinto maternal que es tu amor de Padre
de los cielos puesto en las madres de la tierra para que te cuiden. Porque es
mi madre quien me está amando, pero es Dios quien ha creado a mi madre para que
me ame. Y al poco tiempo, enseguida, me bautizaron, y entraste en mi corazón.
Yo no hice ningún mérito para recibir la gracia del bautismo.
Entonces, Señor, si mis primeros pasos
fueron pura gracia, ¿por qué mi nacimiento a la eternidad no tendría que ser
también pura gracia? Y entrar en el cielo como entré en la tierra: con las
manos vacías… ¡Qué bonito sería vivir así, siempre con las manos vacías!
No me daba cuenta de lo que pedía… Desde
entonces la gracia que yo he recibido es que veo mis manos totalmente vacías.
No tengo ningún acto de virtud… Y no sólo no tengo actos de virtud, es que no
los quiero. No quiero tener virtudes. Quiero que mi única virtud sea la
confianza que nace de la virtud de Él.
A partir de ese momento la gracia mayor
para mí ha sido quedar inasequible al desaliento. Por mucha miseria que
contemple en mí; ésa sí que es mía… Sentí un gozo grande al pensar que se
cumplía lo de mis manos vacías, que entraba en el cielo por pura misericordia,
para estar en el último rinconcito…
Y aquello era tan grande para mí, una
gracia tan inmensa, que la pedí para toda la institución, y tengo la confianza
de que se me concedió.
3. Permanecer en silencio ante el Amor, y terminar con un coloquio íntimo con
Cristo. Lo que aquí se me promete no se llevará a cabo imitando a Abe, sino
dejando abrasar mi miseria por el Amor de Dios, el mismo que le transformó a
él. Por tanto, permanecer en silencio en él…
Santa María, que mi vida sea edificada
sobre la roca del Amor de Dios trabada con mi pobreza, no sobre el éxito y
voluntarismo humanos que tratan de disimular mi completa incapacidad de ser
santo por mis propias fuerzas. Madre Buena, que crea en Su Amor para conmigo.