Antes de comenzar nuestro ratito de
oración podemos seguir algunos consejos de San Juan de Ávila, doctor de la
Iglesia y un gran maestro espiritual que supo orientar a muchos en su tiempo y
aún hoy al trato asiduo e íntimo con el Señor en la oración. Antes de comenzar
la oración es necesario “buscar un lugar conveniente y
apartado del bullicio… Desocuparse de todos los negocios y de toda
conversación”. Y al comenzar la oración es conveniente
suplicar a Dios “que os hable en vuestro corazón con su viva voz, mediante
aquellas palabras que de fuera leéis, y os dé el verdadero sentido de
ellas”. En la misma línea, Abelardo de Armas nos decía muchas veces
que había que darse cuenta de que “llevas dentro a tu Dios, y por tanto
hagas lo que hagas y estés donde estés, goza de esa gran compañía. Lo sientas o
no lo sientas, sea más visible o sensible o no. No pidas nada ni rechaces nada,
que ya sabe Él que existes. Él lo sabe todo, lo puede todo y te ama. Abandónate
en sus brazos”.
La palabra de Dios en este día nos
presenta las dos primeras parábolas sobre la misericordia que Dios tiene con
todos y muy especialmente con los más pecadores. Estas parábolas las recoge San
Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio. Si seguimos la liturgia del día, la
primera lectura que está relacionada con el evangelio nos puede ayudar a su
meditación. Pertenece ésta al capítulo 14 de la carta a los romanos, y en ella
San Pablo pide a los cristianos que no desprecien, ni juzguen, ni condenen a
nadie. Que ningún cristiano se sienta superior a los demás porque todos vamos a
ser juzgado de la misma manera: ante Dios se doblará toda rodilla.
Los discípulos de Jesús siempre estamos
tentados de vernos de algún modo superiores o mejores que los demás. En la
época de Jesús, los fariseos y los escribas sucumbían fácilmente a esta
tentación. Murmuraban de Jesús: “Ése acoge a los pecadores y come con
ellos”. Ellos se sentían oficialmente “buenos” y con todo el derecho
de juzgar las acciones de Jesús. Lucas resalta el tremendo contraste: por un
lado, el hecho de que acudían todos los publicanos y pecadores a
Jesús, y que por otro lado los fariseos que andaban murmurando,
criticando lo que hacía Jesús. Esta actitud es vieja y a la vez siempre nueva.
Recientemente el Papa Francisco ha dicho que los chismes son destructivos como
una bomba atómica y que somos especialistas en encontrar la culpa de los demás.
Y como esta actitud es muy contagiosa todos nos debemos vacunar con una buena
dosis de oración. Hoy Jesús nos ayuda a ello con dos parábolas sobre el amor
misericordioso de Dios. En la sociedad, en la Iglesia y en cualquier grupo
están los que podríamos llamar “perdidos” o “caídos”. Son como la oveja que se
extravía en el campo o como la moneda que se nos cae, rueda y se ensucia por el
suelo. En ambos casos, el discípulo no debe quedarse en la comodidad ni en la
justificación, sino que debe salir dejando la seguridad del grupo y ponerse a
trabajar hasta encontrar a los hermanos “perdidos”, “caídos”. Dejar la
seguridad, salir a buscar, echarse la carga, barrer la casa… son acciones que
tienen su recompensa de conversión y finalmente dejan una profunda alegría.
Podemos proponernos para este día
algunos detalles de caridad para con los demás. A modo de ejemplo se me ocurren
tres: tener paciencia con los demás…, realizar actos de bondad…, y recordar y
alabar las buenas acciones de los demás olvidando las malas que comenten.
Finalmente pidamos a la Virgen que nos
ayude a vivir el evangelio que hemos meditado. A que todo nuestro ser y
nuestras acciones sean misericordia para los demás, que jamás recelemos o
juzguemos según las apariencias. Que siempre estemos pendientes y atendamos las
necesidades de los que nos rodean. Que hablemos bien de todos y finalmente para
que no nos cansemos nunca de perdonar y de sabernos perdonados.