21 noviembre 2019. Jueves de la XXXIII semana del T. O. – Presentación de la Virgen – Puntos de oración


Nos acercamos al Señor en esta oración con una filial y emocionada mirada a María, la Virgen. A Ella la miramos con especial amor para recordar este momento entrañable en la vida de la Niña María que la Iglesia nos invita a celebrar y contemplar, ya desde el siglo VI.
Sus padres, Ana y Joaquín, en un acto de fe quisieron darle gracias a Dios por su nacimiento. La liturgia bizantina la trata como "la fuente perpetuamente manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro Señor".
En Occidente, se la presenta como el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al Señor en los albores de su vida consciente.
Este episodio de la Virgen María aparece en un libro apócrifo, el “protoevangelio de Santiago”. Pero, como siempre, quien manda es el pueblo cristiano. Desde siempre la espiritualidad y la piedad popular han subrayado la disponibilidad de María ante los mandatos e insinuaciones del Señor Dios.
Por eso, tanto en Occidente como en Oriente esta fiesta tuvo en seguida un éxito resonante entre todos los cristianos.
Mirándola descubrimos que María estaba destinada a ser un templo vivo de la divinidad. Es una escena que no puede ser más sencilla: "Sus padres, en un acto de fe y de cortesía, quisieron darle gracias a Dios por el nacimiento de esta niña". Por eso la ofrecen, la presentan para consagrársela de por vida.
Un himno de la liturgia de este día dice:
Tu presentación,
princesa María,
de paz y alegría
llena el corazón.
De Dios posesión
y casa habitada,
eres la morada
de la Trinidad.
En Ella la Trinidad se escogió su morada. Ella nos invita, tiernamente, a ofrecernos, a presentarnos ante Dios. Para ser, como cristianos, del todo suyos. 
No hay cristianismo donde la Virgen está ausente. El Señor ha venido a través de ella. Y es a través de ella como sigue viniendo.
“Un corazón que no dé a la Virgen el primer lugar entre todos los seres creados no estaría en comunión con el corazón de Nuestro Señor Jesucristo: no latiría al unísono con él”. (P. Faber)
En nuestra humilde oración, a la humilde sierva, le pedimos con insistencia: ¡Poderosísima y buenísima Madre nuestra, te pedimos un milagro: entrar por el camino de la santidad! Ese camino es el que Ella nos anima a seguir a cada uno de nosotros.
Entre las posibles lecturas de este día, las seleccionadas para nuestra oración, nos conducen a unirnos al cántico de alabanza y de gratitud del Magníficat. En las palabras de María estamos leyendo ya un anticipo de las bienaventuranzas y una visión de la salvación que rompe todos los moldes establecidos.
Es, sin duda, el mejor retrato de María que tenemos.
Hemos de reconocer que este cántico es, ante todo, un estallido de alegría. Las cosas de Dios parten del gozo y terminan en el entusiasmo. Dios es un multiplicador de alegrías, viene a llenar, no a vaciar. Pero ese gozo no es humano. Viene de Dios y en Dios termina.
María anuncia lo que su Hijo predicará en las bienaventuranzas: que él viene a traer un plan de Dios que es Salvador.
Recordamos, al contemplarla tan pequeñita, tan encantadora, que esta propuesta de Dios ha contado con ella. María ha dado el «sí» definitivo a la acción divina.
Cada uno somos invitados a dar también ese “si”, a presentarnos con toda nuestra pequeñez ante El y a ofrecernos, en el silencio y la humildad, por la salvación del mundo.

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