5 noviembre 2019. Martes de la XXXI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Antes de empezar nuestro rato de oración, sería bueno preguntarse: ¿A quién voy a ver? ¿Qué voy a hacer? 
Después empezaremos nuestro rato exclusivo con el Señor invocando al Espíritu Santo. Recordamos que siempre en nuestro rato diario de oración estamos acompañados por la presencia maternal de María. A san José, siguiendo un consejo del padre Morales, le pedimos por nuestra perseverancia.
El evangelio de hoy refleja los consejos que da el Señor sobre a quien se debe invitar a un banquete a casa. Señala precisamente a aquellos que no te pueden devolver el favor, es decir, aquellos que no tienen nada para darte a cambio. He aquí la gratuidad del banquete. Así, cuando terminó de explicar esto, uno de los comensales dijo a Jesús: “¡Dichoso el que pueda comer en el reino de Dios!”. El Señor le responde con una parábola, sin explicaciones, sobre este hombre que da una gran cena con muchos invitados. Pero los primeros invitados no quisieron ir a la cena, no les importaba ni la cena ni la gente que había allí ni el señor que les invitaba: a ellos les importaban otras cosas. Despreciaban el banquete del Señor y preferían otros diosecillos. Aquel hombre que invitaba a un banquete, es una imagen de Dios-Padre.
Unos detrás de otro empezaron a excusarse, el primero le dijo:” He comprado un campo”; otro: “He comprado cinco yuntas de bueyes”; otro: “me he casado”. Son las disculpas, que siempre ponemos, para no seguir del todo al Señor.
 Cuando entierre a este muerto te seguiré. Si alguna vez enterramos al primero, habrá un segundo y un tercer muerto. Nosotros siempre encontraremos disculpa para no entregarnos del todo al Señor. Preferimos hacer algo por el Señor, por si hay algo de eso de la vida eterna, pero al mismo tiempo invertir algo en los diosecillos de aquí abajo, no vaya a ser que lo de la vida eterna, no lo haya entendido muy bien.  Navegamos, entre dos aguas. Ponemos una vela a Dios y otra al mundo.
Los santos lo tuvieron claro: ¿De qué te sirve ganar todo el mundo, si al final pierdes tu alma?, decía Ignacio a Javier.
El Señor, nos dice en el evangelio, que la llamada a participar en su banquete es un don y ese don, si no lo valoramos, puede dárselo a otros, que quizás lo valoren más que nosotros.
Acojámonos a su Misericordia, su Misericordia no se cansa nunca de estar llamándonos siempre, su paciencia es infinita.
Tratemos estas cosas, con el Señor crucificado y pidamos la gracia de desear su invitación, estar agradecidos cuando nos llame a su banquete, sentirnos pobres de que no vamos a poder devolverle nada. Que nuestro corazón aspire a ser imagen del suyo: “un corazón amante sin exigir retorno, gozoso de desaparecer en otro corazón, que no se cierre ante la ingratitud, ni se canse ante la indiferencia” (P. Morales).

Archivo del blog