Hoy, la Iglesia nos propone a Santa
Catalina Labouré, religiosa de la familia Vicenciana, a través de la cual la
Virgen María le encomienda la devoción a la medalla milagrosa; símbolo de su
protección e intercesión de sus gracias.
E Iniciamos la oración encomendándonos a
S. José. Tomamos una cita del P. Pío cuando se dirige a su director espiritual
(el 20 de marzo de 1921), contándole lo siguiente: “Ayer, festividad de san
José, sólo Dios sabe las dulzuras que experimenté, sobre todo después de la
misa, tan intensas que las siento todavía en mí. La cabeza y el corazón me
ardían, pero era un fuego que me hacía bien” (Ep I,265).
Aún resuena en nuestro corazón la
festividad del pasado domingo de Cristo Rey. Por eso, las lecturas de mañana
siguen reflejando destellos de esa fiesta. Y, en el fondo, nos muestran
como la oración, nos fortalece en las pruebas (1ª lect.), y
además cómo nos puede ayudar a descubrir a Jesús por encima de
todo lo que nos ocurre (2ª lect.). Primero, nos situaremos en la corte del rey
Darío y, en segundo lugar, junto a Jerusalén, sobre la que Jesús va a
pronunciar duras palabras.
Al joven profeta Daniel unos hombres, le
espían y denuncian al rey. Esto se debe a que había decretado la prohibición de
orar y dirigirse a cualquier Dios que no fuese el rey. Por eso sorprendieron a
Daniel, orando y suplicando a su Dios. Aunque era estimado por el monarca y
deseaba salvarlo, sus colaboradores le urgieron para ejecutar la amenaza y
echarlo al foso de los leones. Ya cuando estaba en el foso, al día siguiente de
ser arrojado, el soberano se acerca y dice «¡Daniel, siervo del Dios
vivo! ¿Ha podido salvarte de los leones ese Dios a quien veneras tan
fielmente?» Daniel le responde que “Dios envió su ángel”. En efecto, al
sacarlo, no tenía ni un rasguño.
Entonces el rey Darío escribió a todos
los pueblos; … Él es el Dios vivo que permanece siempre. Aquí
vemos un fruto de esa confianza, serena y fuerte, por parte de un joven, en el
Señor. Aún a costa de entregar la vida. Pero todo comienza, continúa y vuelve a
regenerarse desde esa oración. Otro fruto es el que se da en el corazón de
Daniel, aun cuando es salvado, pues no se revela ni agría contra quien le envió
al foso; « ¡Viva siempre el rey! …como tampoco he hecho nada contra ti.»
Las palabras del Señor en el evangelio,
anunciando la futura destrucción de Jerusalén y tomando pie de ello, anunciar
su segunda venida, son ocasión para plantearnos nuestra actitud ante la vida. Y
no debe ser otra que la recomendada por Jesús; “levantaos, alzad vuestra
cabeza”. Verbos activos para poder alcanzar a ver; “…al Hijo del hombre”, que
está por encima de todo lo que ocurre. La importancia de la oración que
decíamos antes, ahora se evidencia al sernos necesaria para descubrir esa
presencia escondida suya, en las apariencias.
Descubrimos en La Virgen a esa mujer
orante (contemplativa), en y desde lo que le
ocurre a diario. Junto a su esposo José, saben dejarse conducir y
descubrir la presencia que recrea y enamora. Una
presencia descubierta que les empuja para hacerse compromiso, cercanía, mano
tendida y sonrisa amable ante el dolor ajeno.