En la primera lectura, Isaías nos narra lo que nos espera en el final de los tiempos. Es un texto lleno de esperanza, tan necesaria en estos momentos que nos toca vivir. “Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país”.
El Salmo,
también es un canto de esperanza: “Habitaré en la casa del Señor por años sin
término”.
Después llega
el Evangelio y nos pone los pies en la tierra. La invitación al Reino de Dios
es para todos buenos y malos, ricos y pobres. Pero a veces, nosotros, sí
hacemos distinciones y nos creemos mejores.
Por eso,
aunque estoy llamado al banquete, no sé reconocer la importancia de la
celebración y no me preparo para el encuentro con el Señor. No llevo el traje
que debería y me echan…
Con este texto
me retas y me cuestionas, Señor. Rompes mis esquemas y me invitas a salir de
mí, una vez más.
Me pregunto
cómo me preparo para el encuentro con Dios. Cómo me preparo para que me
examinen del amor que he entregado.
Por tanto, me
pregunto hoy, cómo me preparo para el encuentro con el otro. Para acoger, con
cariño y dignidad, a toda persona que hoy se me presente. Sin prejuicios, con
tu mirada.
Ayúdame a
mirar como Tú sin discriminar, sin rechazar de primeras. Ayúdame a encontrarte
en el otro. Ayúdame a prepararme, cada día, para el que será nuestro encuentro.
Hoy también quieres contar conmigo para la construcción del Reino. Madre mía, ayúdame a seguir sus pasos.