31 octubre 2020, sábado de la XXX semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

En este día previo a la gran solemnidad de Todos los Santos, podemos orientar nuestra mirada y pensamiento hacia la santidad, viéndola y “gustándola” como la meta de nuestra vida.

Pero, ¿cómo podemos alcanzar la santidad, cómo puedo hacerme santo? El evangelio nos da la clave: Ocupar el último lugar para escuchar: “Amigo, sube más arriba”.

Nuestra espiritualidad del subir bajando, la mística de las miserias que hemos recibido de Abelardo (tan presente, cuando estamos a punto de celebrar su primer aniversario), nos traza esta ruta. Hacernos pequeños, en realidad, vernos cada día más lejos de la gran meta de la santidad, sentirnos inundados de limitaciones y miserias, de deseos de cosas “bajas” y mundanas, tentados por los cuatro costados y viendo que de mí no nace nada bueno. Pero, en todo esto, hay que rebosar confianza en el amor de Dios que me mira siempre con ternura, que me concede su gracia, que me ama más que yo a mí mismo.

El ejemplo de la Virgen María es este: Ella se siente y se sabe la esclava del Señor, porque se ve pequeña, muy pequeña, pero también sabe que Dios es fiel, que su misericordia va de generación en generación, amando a su pueblo con amor salvador. Por tanto, vive con simplicidad (¡no con simplismo) fundada en el gran amor de Dios.

Podemos simplificar nuestra oración recitando pausadamente la oración preparatoria que propone San Ignacio en los Ejercicios: “Que todas mis intenciones, acciones y operaciones se ordenen puramente al servicio y alabanza de su divina majestad” (de su inmensa Bondad).

Si asimilo esta oración, si atribuyo a Dios todo lo bueno que hago y no me desaliento en mis fracasos y caídas, entonces, y a pesar de las miserias, buscaré agradarle y, por tanto, evitaré o me arrepentiré muy pronto del mayor dolor que puedo causar a un Dios tan bueno, que no es otro que no confiar en su acción santificadora en mi propia vida.

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