9 octubre 2020, viernes de la XXVII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Para rezar hoy, prepárate para recibir una gracia inmensa. Desde el principio de la oración, una vez invocado el Espíritu Santo, ábrete a lo asombroso, a lo insondable, a lo inusitado… Ese Espíritu al que hemos invocado, quizá como por rutina, nos ha sido entregado y nosotros lo hemos recibido por la fe. Y esto, san Pablo se lo explica a los Gálatas, y hoy a nosotros, tomando como referencia a Abraham, nada menos.

Y es que Dios le prometió a Abraham una bendición para todas las naciones del mundo y de todas las épocas. Por su fe y por su fidelidad en Dios consiguió ese privilegio. Y qué maravilla, la explicación de Pablo: “Cristo nos rescató de la maldición de la ley haciéndose por nosotros un maldito… (en la cruz)” Y así, Jesucristo consiguió que la bendición a Abraham alcanzase a todos, incluidos los gentiles, y a nosotros los del s. XXI, y nos llegase el Espíritu Santo.

Texto por tanto trinitario y precioso. El Padre que bendice, el Hijo que se ofrece, y el Espíritu Santo que es derramado para todas las naciones. He aquí la sorpresa: Por mí, hizo Dios este despliegue de dones. Por mí, pobre criatura, ha puesto toda su potencia de Dios en marcha, para que me salve y viva feliz por siempre.

Lo que se me pide, solamente, es fe y fidelidad, como a Abraham, como a todos los seres humanos. No es mucho. Pero, aunque nos parece imposible, porque conocemos nuestra propia miseria, sabemos que esa propia fe y fidelidad que necesitamos nos las da el mismo Espíritu Santo. Es ese impulso del amor entre el Padre y el Hijo, que nos sopla en la nariz y nos alienta, y nos alimenta y nos da calor.

Sorpresa, no hemos hecho nada especial para merecerlo, simplemente somos amados.

¡Sopla, Espíritu, sopla que aquí te estamos esperando!

Archivo del blog