Soy llamado a ser CASA Y FAMILIA que escucha, acoge y sana heridas.
A través de unas sencillas preguntas
(que sintetizan el mensaje de la 1ª lectura de mañana), intentamos ir
preparando la oración.
¿Qué soy? Ciudadano de los santos y miembro de la familia de Dios ¡Ahí es
nada!
¿Sobre qué está edificada mi vida de
fe? Sobre el cimiento de los apóstoles. Más
aún, la piedra que sostiene este edificio es el Señor Jesús. La referencia, la
fuerza, el modelo y la gracia ¡vienen de él!
¿Qué consigo con todo ello? Ser morada de Dios.
Ser familia de Dios, estar edificado
sobre Jesús y convertirme en morada de Dios, harán de
mí un pregonero, “un lenguaje” de su vida que da Vida. Y todo ello
quizás, sin que hable y sin necesidad de discursos elocuentes. A esto es a lo
que nos invita el Salmo 18. Esta idea está muy bien presentada en el pasaje del
evangelio. Después que Jesús, sube a la montaña a orar, llama a
sus discípulos.
Ciertamente, Jesús hace familia por
su relación con el Espíritu y también con el Padre. Vive en y desde
ellos. Ese “ser morada de Dios” facilita que suscite en su entorno el deseo de
ser oído y que tenga esa capacidad de sanar; “salía de él una fuerza que los
curaba”.
Para querer permanecer en esta familia donde Jesús es el maestro y desde la cual puedo dar vida a otros, se precisa la cualidad fundamental de la humildad. ¿Cómo si no vamos a poder referenciar al Señor, lo que somos, hacemos o tratamos de llevar a otros? La realidad sin embargo es que muchas veces nos encontramos cayendo, pero “Las almas insignificantes se alegran de tropezar. La caída les hace más humildes, pero la humildad les hace fuertes” nos dice el P. Tomás Morales. Asimismo, nos recuerda que “la Virgen te mantendrá en esa humildad sin la cual no podrás permanecer fiel hasta la muerte”.