Aleluya, aleluya, aleluya.
Bendito seas, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque has revelado los misterios del reino a los pequeños.
Esta es la mejor manera de iniciar hoy nuestra
oración, bendiciendo al Señor. Porque soy pequeño reconozco a Dios Padre y
Señor del cielo y la tierra. Así reconociéndole como Padre y yo, aceptándome
como criatura, me dejo envolver en este misterio que sólo se manifiesta a los
pequeños. “De los que son como este niño es el reino de los cielos” nos
recuerda Jesús en el evangelio
Recordamos ese diálogo entre un anciano
que se encuentra con una persona agnóstica, y como consecuencia, se las da de
sabio. Por esta razón, no admite nada que no sea totalmente razonable, desde su
punto de vista. Y si a ese Dios no lo comprendo con mi razón, no existe o por
lo menos parece ausente de aquellos acontecimientos que nos desbordan y no
somos capaces de entender.
Y le contesta con sencillez y aplomo
este hombre verdaderamente sabio: Mire – le dice- “Dios es tan grande no le
cave a usted en su cabeza, pero tan pequeño que está dentro de mi corazón”.
¿Sabemos nosotros interpretar este
tiempo que hoy nos toca vivir?
Imposible si no nos paramos y hacemos
silencio.
Necesitamos detenernos para descubrir en
medio de esta crisis de sentido lo verdaderamente importante. Tú y yo somos
criaturas, por lo mismo que todas las personas necesitamos de un Padre creador
que se nos ha revelado a los pequeños. Sólo a los que se hacen pequeños, les
pertenece el reino de Dios, que es Cristo vivo encarnado para nosotros.
“En Él está nuestra salvación, vida y
resurrección”.
Siempre nos sentiremos pequeños cuando nos dejamos abrazar por María la Virgen.