“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
Hoy Jesús nos sube el listón. Nos
previene ante dos extremos: en concebir al cristiano como seres desencarnados,
espiritualoides, descuidando sus deberes sociales; y el cristiano que bajo capa
de bien o una gran capacidad de autoengaño se dedica de lleno a los proyectos
sociales, al dinero, a los análisis sociológicos, descuidando su salud
espiritual: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No metamos
el paganismo de la calle en los templos, ni clericalicemos el mundo. Es un
difícil equilibrio al que, especialmente el laico, está llamado.
Y luego, el resto viene por añadidura:
“no hay virtud más eminente que hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”.
Podemos dar gloria a Dios dando al César lo que le corresponde, podemos dar
gloria a Dios siendo ejemplares en nuestro trabajo, cumpliendo un horario,
haciendo “sencillamente lo que tenemos que hacer”. Pero, ojo, nadie se olvide
dar a Dios lo que es de Dios. De nada nos sirve ser ejemplares en el trabajo si
no estamos llenos del para puro amor de Dios. Amor que se recibe al contacto
con el Sagrario, al contacto con el culto divino de la liturgia, al contacto de
los sacramentos y la vida de piedad: confesión frecuente, dirección espiritual,
comunión mejor diaria que semanal. Que se desengañe el que crea que la liturgia
es cuestión de curas: no hay nada más grande que unirnos al cauce de gracia de
la liturgia, vida divina en la Iglesia. En la liturgia, por excelencia, damos a
Dios lo que es de Dios.
No caigamos en extremos, nos seamos
excluyentes. O laico o sacerdote, u oración personal y silencio o liturgia, o
responsabilidad laboral o cuidado de lo espiritual (la excusa suele ser el
tiempo…), o César o Dios, o doctrina y moral o pastoral y evangelización…
Unidos en Cristo, Él nos alcanzará el milagro del equilibrio, de la armonía. En
una entrevista a Antonia Salzano, madre del nuevo beato, quinceañero, Carlo
Acutis, definía a su hijo como “un chico totalmente normal, pero con una
armonía totalmente especial”. Armonía interna que solo se consigue al contacto
con el hombre perfecto, Cristo. Y Él hará el milagro, porque “te llamé por tu
nombre, te di un título, aun cuando no me conocías”. Porque Dios no se deja
ganar en generosidad y nuestra Madre arrancará el milagro del Cielo. En última
instancia el milagro de la santidad que nos haga “cantar a nosotros la gloria y
el poder del Señor”.
Hoy me he alargado más, pero espero que sea de ayuda. No yo, sino Dios. Feliz oración.