Hoy celebramos el día de San Juan Pablo II. Para los
que le hemos seguido en todo su pontificado, incluso antes, cuando era obispo
en Cracovia, cardenal, donde los cristianos eran perseguidos en un país
comunista, y hasta su muerte, hemos vibrado en sus discursos, sobre todo a los
jóvenes en el Bernabéu: “Juan Pablo II, te quiere todo el mundo”;
nos arrancaba esos “Síes” a seguir fieles a Cristo, amando a la Virgen, a la
Iglesia, a la familia, a ser antorchas encendidas que alumbren al mundo entero;
y esos “Noes” a la droga, a la vida cómoda, al aborto, a la eutanasia a las
seducciones manipuladoras de ideologías que conducen al mal. Fue un luchador
como san Pablo: “Vencer el mal con el bien”.
Coge uno de sus discursos con los que se puede hacer
la oración. Canta su canción favorita que cantaba él en los encuentros, con esa
voz potente que hacía temblar y llenaba de valor: “El Pescador”. “Tú me
has mirado a los ojos, sonriendo, has dicho mi nombre, (¡cómo nos
miraba, con qué cariño, con qué sonrisa!) en la arena, he dejado mi
barca, junto a Ti quiero estar. Tú necesitas mis manos, mi cansancio, que a
otros descanse, AMIGO BUENO, que así me llamas…” ¡Cuántas vocaciones!
¡Cuántas conversiones!”.
No me extraña; a su muerte, se presentaron miles de
jóvenes a despedirse, a darle las gracias; les había abierto a la Vida, a la
vida eterna, a la vida verdadera. Yo conozco alguno. También a mí en aquellos
días de dolor me pasaba lo mismo. Era el Papa Santo, un santo Padre que el
Espíritu Santo suscitó para aquellos tiempos tan difíciles para la Iglesia.
Esto mismo quiere y puede hacer este Espíritu en mí y
en ti en la oración de hoy; solo hace falta creer lo que pedía Jesús a todos
los que se acercaban.
Acerquémonos confiados al trono de la gracia para
hallar el auxilio oportuno, como nos dice san Pablo; solo pide la fe, con tal
de que creas, como le dijo al ciego.
Aún recuerdo aquel encuentro con los jóvenes de Chile.
Estaban las cosas convulsas; un joven empezó diciendo: “Me han dado nos
papeles para que lea, pero…” y empezó un gran griterío. El papa se
puso de rodillas. Cuando aquello pasó dijo: “¡El amor es más fuerte!,
¡el amor es más fuerte!” Volvió la calma y continuó el encuentro en
silencio, sin disturbios.
Siente hoy que el amor es más fuerte, que Cristo te
ama, que Cristo vive, que Cristo te salva; como nos ha exhortado el papa
Francisco a los jóvenes en un llamado semejante a los que hacía Juan Pablo II,
agarrado a su báculo, donde llevaba a ese Cristo clavado en la cruz siempre en
su mano.
Esta es la Iglesia a la que pertenecemos por el
Bautismo. Si miramos las lecturas del día tenemos unas palabras de Jesús en el
Evangelio de san Lucas preciosas que nos incomodan a ser fuego: es el bautismo
que recibimos: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo
que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado ¡y qué angustia
sufro hasta que se cumpla!”
Al ser hijos de Dios, por el bautismo participamos de
lo mismo que el Hijo; y si es fuego que debe arder dentro de nosotros, también
es sangre que, como la suya, es derramada en la cruz.
Que Santa María interceda y nos conceda de su Hijo la
misericordia que san Juan Pablo propagó por todo el mundo durante su
pontificado en sus viajes, para ser esos portadores de Ella entre nuestros
hermanos.
“Que tu misericordia venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti.”