1 febrero 2015. Domingo de la cuarta semana de Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Puntos de oración

Jesús el profeta anunciado
Dios ha realizado una historia de salvación en la que la humanidad entera está inmersa. Dios tiene designios de misericordia y no de aflicción; su creatividad salvadora no tiene límites y realiza sus designios de forma personal, uno a uno y también de forma social, eclesial. Al pueblo que caminó en el desierto la escritura lo llama Iglesia y le dio a Moisés como guía y mediador. Dios prometió suscitar un nuevo profeta: “suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca”. A David le prometerá una dinastía permanente. A Daniel un reino que no pasará. Las promesas mesiánicas se van multiplicando y concentrando en alguien que las realice.
Jesús habla con autoridad
“¿Quién dice la gente que soy yo? Unos que el profeta anunciado”. Jesús responde a las expectativas de la historia de la promesa. Profeta y más que profeta. Llena a la gente de estupor. Tiene autoridad, es decir, reconocimiento por parte de muchos. Él tiene conciencia de realizar una misión y la va cumpliendo con el pueblo de Dios en vistas al nuevo pueblo de Dios. En Él se cumplen las antiguas promesas.
Dejemos que el estupor de la gente nos haga mella. Jesús quiere curarnos y transformarnos a fin de que colaboremos en su misión de misericordia. Pero sólo personas trasformadas pueden aportar algo: “sin mí no podéis hacer nada”. Nuestra oración nos abre a la voluntad de Dios para nosotros y nos concede las gracias necesarias.
Jesús llama a todos a la fe
Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón». Aceptación y servicio, dos momentos: estupor primero y obediencia de fe segundo. A veces en nuestra oración se da el primer momento y nos falta ser resolutivos para el segundo. La oración debe ablandar el corazón para dialogar con Dios y realizar sus designios en lo que nos toca.

Terminemos nuestra oración orando por las personas consagradas ante la jornada de mañana. Pidamos a nuestra Señora de la Luz la fe de san Pablo para acoger y valorar los carismas que Dios distribuye en el Pueblo de Dios, su Iglesia, para bien de todos.

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