Jesús está en medio de mi vida, en el
interior de la Iglesia, en el corazón de cada persona… Jesús no está lejos ni
fuera. Jesús está en medio del mar, de la persecución, de la contrariedad. No
se escapa cuando las cosas van mal a su Iglesia, cuando las olas de la duda,
del mal, del pecado parece que asaltan por los cuatro costados la barca de mi
vida. Él me acompaña y fortalece.
Todo es cuestión de fe: Es un grano de
mostaza, una débil pretensión de confianza y esperanza anclada en la bondad y
el poder de Dios, que quiere transformar mi vida. Él puede hacer y lo va
haciendo si aprendo a confiar, a creer y me dejo hacer.
Los caminos de Dios no son mis caminos y
ello mismo ya es, a veces, una gran tempestad. Los caminos de Dios
pasan por mi empobrecimiento, mi abajamiento, mi aceptación de su voluntad.
Salir de mí, olvidarme completamente, como lo pide y exige Jesús, no puedo
hacerlo sin sufrir contratiempos, resistencias y aún caídas. Si le miro a Él y
tengo el valor de ofrecerle la pobreza de mi falta de virtud y de verdadero
amor, Jesús se despierta en mi barca y me hace conocer su poder y la certeza de
que su dulce presencia siempre está junto a mí.
Gracias, buen Jesús, Señor y gran
capitán de mi barca: Condúceme hasta llevarme al Padre y, junto a mi barca,
conduce las de todos los que tu designio de salvación asoció a mi entrega.