Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón
Venimos a este rato de oración para escuchar la voz del Señor. Nos ponemos en su presencia, para que convierta nuestro corazón de piedra en corazón de carne, sensible, amante como el suyo.
Como el pueblo de Israel en el desierto, cada uno de nosotros en nuestra vida sentimos la tentación de la rebelión contra el Señor: esos deseos de ceder en nuestro vivir austero y esforzado frente a una vida más cómoda, de ser igual poco a poco a los demás, dejando de ser luz y sal ante mis compañeros y conocidos. Ese deseo sordo que tiende a la desunión con los demás y con Dios porque me hicieron esto o lo otro, porque se olvidaron de mí… ese deseo de quedar por encima del otro, de no humillarme por nada del mundo.
Pensemos en las obras del Señor en nuestra vida. Ponderemos los dones que el Señor nos regala cada día para no ser desagradecidos y abrirnos a nuevos dones para los demás.
Animémonos unos a otros, en el día a día durante toda la vida, para no dejarnos engañar por el pecado y participar de la vida de Cristo.
Con el salmo rezamos:
Entrad, postrémonos por tierra (sencillos y humildes),
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía
«Si quieres, puedes limpiarme.»
Creo que esta petición sencilla debió conmover a Jesús y por eso arrancó ese «Quiero: queda limpio.»
El leproso era un desahuciado de la sociedad, con un horizonte de muerte cercana en soledad. Sabe que Jesús puede curarle por las noticias que le han llegado de Él, pero aun así se manifiesta indiferente (aún con lo que sesearía curarse) y deja la decisión en manos del Maestro, que le conoce mejor que si mismo y sabe lo que le conviene.
Qué bonito ir a Jesús con nuestras peticiones pero diciéndole siempre como la Virgen: hágase como Tú quieres.