Comenzamos el tiempo ordinario, así lo llama la liturgia de la Iglesia, y es un tiempo muy propicio para profundizar en nuestra vida de cada día, y para orar esa vida diaria, en contraste continuo con la de la familia de Nazaret, que vivía de forma ordinaria ocultando un misterio inaudito.
Por eso hoy podemos pedir luz al Espíritu Santo para descubrir también ese misterio extraordinario en nuestra propia vida.
Porque también a nosotros, “en distintas ocasiones y de muchas maneras” nos ha hablado Dios, y “ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo”.
En Navidad Dios nos ha hablado con fuerza. Nos ha presentado a su Hijo en las apariencias más humildes. Misterio escondido, porque ese pobre Niño “es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de su majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado”.
Impresionantes palabras de la carta a los Hebreos, que se cumplen también en nosotros ahora parcialmente, y se cumplirán plenamente cuando gocemos ya del “abrazo de duración eterna”
Sintamos en este día, en momentos de silencio y oración, esta llamada que el Señor nos hace, y que también nos refresca el evangelio del día. El Señor también nos dice a nosotros hoy:
«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pidamos de nuevo al Señor, a través de su madre, que nos cambie el corazón, que haga el milagro de estar disponibles a su llamada, como los primeros discípulos. Conocieron a Jesús, se entusiasmaron con Él, y cuando llego el momento, respondieron a su llamada:
“Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”.
“Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él”.
Jesús sigue llamando hoy, nos sigue llamando a colaborar con la extensión de su Reino, con nuestra tarea diaria, oculta, silenciosa, pero renunciando al propio yo, estando siempre dispuestos a dar al que lo necesita, en olvido continuo de nosotros mismos, como María, la Madre de Jesús, que guardaba todas esas palabras de su Hijo en su Corazón y las llevaba a la vida.