De la primera lectura he querido escoger
esta parte:
“Sobre él he puesto mi espíritu, para
que traiga el derecho a las naciones. No gritará, no clamará, no voceará
por las calles.”
Si Jesucristo actúa sin gritar, es decir
sin utilizar la fuerza y la violencia, nuestra actitud cristiana tiene que ser
la misma. Dios sabe lo que necesitamos nosotros y los demás. Dejémosle hacer.
Dejemos que el Espíritu nos inunde, y con paz y alegría vivamos como Jesús.
En el salmo responsorial nos sorprenden
con esta frase:
“El Señor bendice a su pueblo con la
paz.”
¿No había venido Jesús a dividir, a
provocar persecuciones y mártires? No. Nos ha bendecido con la paz. La paz y la
alegría se basan en una confianza sin límites en la misericordia de Dios. Con
esa confianza, ni la persecución, ni la enfermedad pueden arrebatarnos la paz y
la alegría.
En la segunda lectura:
“Jesús de Nazaret, ungido por Dios
con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien”
Debemos pasar por nuestra vida diaria
haciendo el bien. Esa es nuestra misión. ¿Existe una misión más bonita que
esta?
Por fin en el Evangelio, nos regalan la
clave de lo que vamos comentando:
“Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.”
Si Jesús es el centro de nuestra vida,
la paz, la alegría y el bien serán los frutos habituales todos los días.
Llevemos estos frutos a todos los
rincones de nuestro quehacer diario y a todas las personas que se encuentran
con nosotros cada día.