Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.
El autor de la primera lectura nos quiere poner como ejemplo el vínculo de carne y sangre existente en una familia para poder comprender el amor que Dios nos tuvo, que tomó de esta manera nuestro cuerpo y nuestra sangre para hacer la redención. Recién terminada la Navidad podemos entender más claramente este misterio del anonadamiento de Jesucristo que, simplemente, se hizo hombre y, viendo cómo está el mundo hoy, parece que eso es caer muy bajo.
La frase del autor de la primera lectura “mirad que tiende una mano a los hijos de Abraham” exige de nuestra parte una respuesta. Como siempre, el amor toma la iniciativa. El tiende la mano. Y espera nuestra respuesta. Y, viendo el mundo de hoy, se plantea la pregunta ¿qué respuesta le está dando el mundo de hoy? La respuesta es realmente triste. Y ¿qué respuesta le estoy dando yo?, ¿es también triste la respuesta? A mí la vida muchas veces me desborda y no me deja ver esas manos tiernas que se extienden hacia nosotros, que nos invitan a una amistad, una cercanía. Qué pena el no poder gozar de esas manos acogedoras porque estamos distraídos. Santa Teresa nos puede dar la solución a estas preguntas. Viendo ella la situación y detrimento de la sociedad y hombres de su época (que es la misma que la de hoy y la de siempre), ella toma el siguiente propósito: “Toda mi ansia era, y aún es, que pues Jesús tiene tantos enemigos y tan pocos amigos, que ésos fuesen buenos, determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese”. Qué sencillo pero que certero y práctico. Que aquello a lo que me comprometí, lo viva con intensidad por amor a Cristo.
Seremos capaces nosotros de acercarnos a esas manos, ese amor de Dios? En la lectura del evangelio podemos comprender qué les pasó a aquellos que se acercaban: sanaban de sus enfermedades, salían los malos espíritus. La oración de hoy puede ser muy sencilla. Simplemente crecer en fe, acercarnos con confianza a Jesús, acompañarle. Señor, tú me conoces mejor que yo, conoces mi debilidad y mi enfermedad. Sáname. “¿Qué quieres que haga?” diría Jesús en una ocasión al ciego Bartimeo. “Que me cures”, fue la respuesta. Pidamos con confianza que Dios nos alcance el milagro de nuestra conversión para poder comprender y sentir el amor que Jesús nos tiene.