Puestos en la presencia de Dios, acompañados por este sabio Doctor, nos sumergimos de lleno en el mundo de la oración.
El estudio, la sabiduría, el conocimiento, la lectura, la investigación... Todo ello nos tiene que ayudar siempre a entrar en comunicación con Dios. Ninguna de estas cosas tiene que estar reñida con la humildad, que es la puerta para este trato amoroso con Nuestro Señor.
Llevamos una temporada haciendo la primera lectura de la Carta a los Hebreos, donde se nos presenta a Jesús como sacerdote que se compadece de los hombres y nos perdona los pecados.
Él ofrece un solo sacrificio a Dios Padre. No le hace falta más, su amor y entrega es total y definitiva. Nosotros nos sumamos cada día a ese sacrificio de Cristo, no repetido, sino actualizado, conmemorado.
No se nos exigen actos heroicos, sino identificarnos cada vez más con la entrega del Señor. Por eso la vida cristiana, y como consecuencia la vida de oración, resulta sencilla y asequible para todos los hombres de todas las épocas.
Así es como queremos acercarnos en este día de Santo Tomás de Aquino.
El Evangelio de hoy es largo, pero muy conocido. El sembrador y la semilla. Lo hemos considerado muchas veces.
Es lo que tenemos que suplicar hoy en la oración, que la Palabra de Dios caiga en nuestra alma, convertida en tierra buena, y dé fruto en abundancia.
El Señor quiere que nuestras vidas no sean estériles. Estamos llamados a dar fruto. Por eso mismo, la oración bien hecha nos impulsa a la misión, a no quedarnos en nuestro pequeño mundo personal.
Como nos dice constantemente el Papa Francisco, hemos de ser una Iglesia en salida, llevando a nuestros hermanos lo que Dios nos ha transmitido cada día en ese trato personal bien cuidado.
Que la Virgen María, llena del amor de Dios, nos acompañe en esta terea de la nueva evangelización.