(Mc 2, 1-12)
Al iniciar la oración pedir luz al Espíritu Santo, ponerme en la presencia de Dios pidiéndole que este encuentro con Él sólo sea, como todo este día, ordenado en servicio y alabanza de Dios.
La escena evangélica de hoy se desarrolla en Cafarnaúm y los protagonistas son Jesús, un paralítico y los escribas. Cuatro amigos del paralítico, lo descuelgan del techo y en su camilla lo ponen delante de Jesús. Él, viendo la fe que tenían, dice algo que resulta sorprendente ante un enfermo que busca su curación: “Hijo, tus pecados quedan perdonados”. Jesús no es un curandero maravilloso, que dedica a sanar enfermedades incurables; sus milagros tienen siempre el significado de mostrar el mal profundo del corazón humano que también viene a curar. Después de realizar la curación de la enfermedad, Jesús da un paso adelante mostrando que Él es el “médico” que sana el cuerpo y el alma.
A continuación san Marcos nos relata la conversión de Leví, donde Jesús dice: “No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. Jesús da el salto desde la enfermedad que Él cura, al pecado que Él mismo perdona. Es el médico total que cura el fondo del corazón humano. Los males físicos del hombre, muchas veces son consecuencia del mal moral que llevamos dentro de nuestro ser, pensemos en las grandes calamidades actuales, son consecuencia del mal que llevamos grabado en nuestro interior.
Dice san Ignacio que es gracia de Dios el ser capaces de percibir la gravedad de nuestro pecado y saber que Jesús viene a cambiar nuestro corazón de piedra en una de carne y tener la certeza de que Él puede siempre abrir caminos en nuestro desierto y ríos en nuestro desierto. Que podemos contar siempre con el perdón generoso de un Dios que es rico en misericordia y que siempre encontraremos su palabra de perdón y su abrazo de acogida. Para el Padre lo importante no es el pasado, sino el futuro que tenemos delante. El profeta Isaías dice: “No recordéis lo de antaño, no penséis lo de antiguo. Yo realizo algo nuevo. Ya está brotando, ¿no lo notáis?” O como dice Jesús, siempre podemos levantarnos, tomar la camilla de nuestro pasado y echar andar.
Al final de la oración no debemos olvidarnos de darle gracias a Dios Padre por las gracias recibidas, por su luz y por su fuerza, y a la vez pedir perdón por tantas veces como he cerrado el oído para no escuchar sus palabras de salvación.