25 enero 2015. Domingo de la tercera semana de Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Puntos de oración

La oración de cada día nos debe llenar de Dios y ayudar a disponernos favorablemente para vivir con plenitud el momento presente. Busquemos un hueco de silencio y recogimiento para estar delante de Jesús dispuestos a escuchar su Palabra. Para orar no hace falta más que deseos, buenos y grandes deseos. Creo que lo que mejor distingue a los santos es el haber sido hombres de enormes deseos. Como San Pablo cuya conversión celebra la Iglesia el 25 de enero, aunque en esta ocasión se posterga por caer en domingo. Para Pablo la vida es Cristo y llega a decir que: “no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. Y para Santa Teresa la oración es mirar a Jesús y sentirse mirado por Él:
La primera lectura es del profeta Jonás. En aquellos días vino de nuevo la Palabra del Señor a Jonás: -Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y pregona allí el pregón que te diré. Al principio a Jonás no le gusta que le manden y menos a predicar a la capital. ¡Qué dirá la gente, se van a burlar de mí! Pero al fin se levantó y se fue a Nínive. Quizás Jesús pensaba en Jonás cuando contó la parábola de los dos hijos a los que su padre mandó ir a la viña. El primero (Jonás) le dijo no quiero ir, pero después obedeció y fue a trabajar. Por el contrario el segundo dijo al padre que enseguida iría a trabajar, pero en realidad no fue. Y Dios premió la obediencia de Jonás con la conversión de la gran ciudad de Nínive. “Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo el Señor, Dios nuestro”.
En el Evangelio, Jesús se marcha a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. “Decía:- se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Jesús inicia un tiempo nuevo, un tiempo de salvación. Dios nos ama y desea perdonarnos, pero es necesario creer en ese amor y cambiar de vida. Hace poco hemos meditado ese momento en el que Jesús se presenta a los judíos y a los discípulos de Juan como una novedad, como la superación de lo antiguo: “a vino nuevo odres nuevos”. No se puede continuar con la religión antigua, con las costumbres viejas. Hace falta cambiar, convertirse, darse la vuelta como se da la vuelta a un calcetín que está de revés.
Pablo de Tarso perseguía el nuevo camino, el de los primeros cristianos, hasta que se encontró con Jesús cerca de Damasco. Este encuentro por las consecuencias que tuvo en Pablo, en la Iglesia y en el mundo es quizás el ejemplo más representativo de toda conversión. A partir de ese momento, Pablo puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio.
Pero antes que Pablo fueron los apóstoles galileos –Pedro, Andrés, Santiago, Juan,…, - los que escucharon a Jesús: “Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Y les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. Lo mismo pasó con Santiago y Juan, hijos del Zebedeo. Estos jóvenes, entusiasmados con Jesús, lo dejaron todo y se fueron tras él.

Cuidemos mucho nuestra oración de cada día, para que sea verdaderamente un encuentro transformador. Que nos sintamos atraídos por Jesús como Pablo, como los primeros Apóstoles y que junto a Él empecemos o continuemos nuestra conversión al Evangelio. Pues “nunca acabamos de ser cristianos” (San Juan Pablo II).

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