La oración de cada día nos debe llenar
de Dios y ayudar a disponernos favorablemente para vivir con plenitud el
momento presente. Busquemos un hueco de silencio y recogimiento para estar
delante de Jesús dispuestos a escuchar su Palabra. Para orar no hace falta más
que deseos, buenos y grandes deseos. Creo que lo que mejor distingue a los
santos es el haber sido hombres de enormes deseos. Como San Pablo cuya
conversión celebra la Iglesia el 25 de enero, aunque en esta ocasión se
posterga por caer en domingo. Para Pablo la vida es Cristo y llega a decir que: “no
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”. Y para Santa Teresa la
oración es mirar a Jesús y sentirse mirado por Él:
La primera lectura es del profeta Jonás. En
aquellos días vino de nuevo la Palabra del Señor a Jonás: -Levántate y vete a
Nínive, la gran ciudad, y pregona allí el pregón que te diré. Al
principio a Jonás no le gusta que le manden y menos a predicar a la capital.
¡Qué dirá la gente, se van a burlar de mí! Pero al fin se levantó y se fue a
Nínive. Quizás Jesús pensaba en Jonás cuando contó la parábola de los dos hijos
a los que su padre mandó ir a la viña. El primero (Jonás) le dijo no quiero ir,
pero después obedeció y fue a trabajar. Por el contrario el segundo dijo al
padre que enseguida iría a trabajar, pero en realidad no fue. Y Dios premió la
obediencia de Jonás con la conversión de la gran ciudad de Nínive. “Cuando
vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, tuvo piedad de su pueblo
el Señor, Dios nuestro”.
En el Evangelio, Jesús se marcha a
Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. “Decía:- se ha cumplido el
plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia”. Jesús
inicia un tiempo nuevo, un tiempo de salvación. Dios nos ama y desea
perdonarnos, pero es necesario creer en ese amor y cambiar de vida. Hace poco
hemos meditado ese momento en el que Jesús se presenta a los judíos y a los
discípulos de Juan como una novedad, como la superación de lo antiguo: “a
vino nuevo odres nuevos”. No se puede continuar con la religión
antigua, con las costumbres viejas. Hace falta cambiar, convertirse, darse la
vuelta como se da la vuelta a un calcetín que está de revés.
Pablo de Tarso perseguía el nuevo
camino, el de los primeros cristianos, hasta que se encontró con Jesús cerca de
Damasco. Este encuentro por las consecuencias que tuvo en Pablo, en la Iglesia
y en el mundo es quizás el ejemplo más representativo de toda conversión. A
partir de ese momento, Pablo puso todas sus energías al servicio exclusivo de
Jesucristo y de su Evangelio.
Pero antes que Pablo fueron los
apóstoles galileos –Pedro, Andrés, Santiago, Juan,…, - los que escucharon a
Jesús: “Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano
Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Y les dijo:
Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes
y lo siguieron”. Lo mismo pasó con Santiago y Juan, hijos del Zebedeo.
Estos jóvenes, entusiasmados con Jesús, lo dejaron todo y se fueron tras él.
Cuidemos mucho nuestra oración de cada
día, para que sea verdaderamente un encuentro transformador. Que nos sintamos
atraídos por Jesús como Pablo, como los primeros Apóstoles y que junto a Él
empecemos o continuemos nuestra conversión al Evangelio. Pues “nunca
acabamos de ser cristianos” (San Juan Pablo II).