En la primera lectura de hoy se nos hace
una preciosa semblanza del sacerdote. “Alguien que es escogido entre los
hombres y que está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios:
para ofrecer dones y sacrificios por los pecados”. En efecto, el sacerdote está
puesto en la Iglesia y en el mundo como puente entre Dios y los hombres. Eso es
lo que significa pontífice, por eso al Papa le llamamos Sumo Pontífice. El
sacerdote está puesto en la Iglesia para hablar a los hombres de Dios, pero
también para hablar a Dios de los hombres. Esto es, intercediendo y rezando por
ellos. Es famosa la anécdota que cuentan de San Francisco Javier cuando lo
sorprendieron mortificándose duramente a escondidas por los pecados de un
penitente que acabada de confesar. “Tiene que ofrecer sacrificios por sus
propios pecados, como por los del pueblo” dice San Pablo en su carta a los
hebreos. Y sigue el apóstol: “Él puede comprender a los ignorantes y
extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades”. Esa es una de las
cosas que nos admiran y confortan, que el Señor elige a un hombre como nosotros
para hacer llegar su Gracia y sus dones a todos los hombres y mujeres. Dios
deja la Gracia y la Misericordia de sus sacramentos en manos del sacerdote para
que sean derramadas sobre su Iglesia.
Pero ¿y los que no somos ordenados
sacerdotes?
Decía el Padre Morales que todos tenemos
el sacerdocio bautismal. Por el hecho de haber sido bautizados somos nombrados
hijos de Dios: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy», nos dijo el Señor a
todos y cada uno de nosotros el día de nuestro bautismo. Si reflexionamos en
ello nos daremos cuenta que esto nos configura de una manera especial, nos hace
sacerdotes, profetas y reyes.
También nosotros tenemos que ser puente
entre Dios y aquellos bautizados que nos rodean y no le conocen, y por ello no
le aman.
Y también están aquellos que no tienen a
nadie de su entorno que les haga llegar la buena noticia del evangelio. Por
ello también somos profetas, porque tenemos que anunciar el reino de los Cielos
a los que todavía nadie les ha hablado de que hay un Dios que es amor y que les
ama de manera infinita.
Y porque somos hijos de Dios, también
somos reyes. Porque somos los hijos del Rey del universo. Y también nosotros
tenemos que tener conciencia de nuestra dignidad. Dios es mi padre, qué feliz
soy, nos dice una canción. Si Dios cuida de mí qué me puede faltar. Ser hijo de
Dios es un don inmerecido sobre el que nunca reflexionaremos ni agradeceremos
suficiente.