LAS DOS
VENIDAS DE JESÚS
Muchas
personas han tenido lo que se llama una experiencia próxima a la muerte. Como a
todas les ha pasado lo mismo y son muchos miles, cabe pensar que efectivamente
las cosas suceden así a todos. A TODOS. Y por tanto, también nos va a pasar a
ti y a mí. Cuando el alma se empiece a separar del cuerpo, vamos a entrar en
una especie de túnel negro. No se ve nada del exterior salvo que enseguida
aparece una LUZ al fondo que se va haciendo más grande y más
luminosa. No daña la vista pero se hace más luminosa que nada de lo que hayamos
visto nunca. Se acerca, me abraza. Una luz que es persona, que es Jesús. Me
abraza y me acepta tal como soy. No me pone ningún “pero” ni me dice “que pena
que tengas tan mal genio” o “que tengas dos mujeres” o “que seas criticona”. Me
quiere tal cual y me abraza. Hasta aquí es lo que me interesa.
En todo caso,
todos los que llegan hasta aquí, después, Han visto toda su vida simultáneamente
con una pregunta subyacente: en tu vida, ¿qué hay de amor a los demás? ¿Qué
cosas buenas has hecho? Algunos acaban en el infierno, otros en el purgatorio y
otros en el cielo.
Párate en el
encuentro con la luz.
Y si quieres
lo comparas con el evangelio de hoy, con esa luz que había al principio. “al
principio ya existía la Palabra” y “la Palabra era la Luz verdadera”
Ya tenemos las
tres venidas: La del principio, la histórica y la del final. Y tú puedes
pasearte entre ellas. Yo me voy de la primera a la última.
No soy capaz
de imaginármelo: Al principio ya existía la Palabra. Mi Jesús, su componente
divina, ya estaba al principio. Es Dios de Dioses mi Hermano es Dios: Alegría,
alabanza, confianza y tranquilidad. El que me ama es eterno, supera todos los
pequeños problemas del momento.
Sí me imagino
mejor el final: alguien que me abraza y me quiere. Al que tantas veces he
comido en la comunión. Al que he seguido lo mejor que he podido. Al que he
ofendido, y me he arrodillado bajo de Él y me ha perdonado con la mano del
sacerdote. No se le olvida lo que he hecho, no tiene amnesia, pero lo ve bañado
con el color rojo de su sangre amorosa, y le gusta. Se pone frente al Padre y
le dice: es mi hermano, para eso me enviaste al mundo, para salvarle.
Seguramente te
puedes quedar un buen rato disfrutando con este encuentro final. Y si no
disfrutas, sino que te da miedo, es que algo funciona mal, seguramente que no
entiendes del amor y la misericordia de Dios.
