* Primera lectura: esta carta primera de Juan alcanza hoy afirmaciones teológicas del más alto calibre, afirmaciones que no deben pasar desapercibidas, sino que debemos saborearlas en nuestro espíritu, porque son «piezas fundamentales».
Si todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios, y, a su vez, el que no ama no ha conocido a Dios, entonces resulta que el amor queda constituido en la plataforma que nos acerca y nos adentra en el mundo del «conocimiento de Dios».
«Conocer» a Dios. La mentalidad bíblica, semita, no es occidental. No es griega. No es, por eso, intelectualista. Nosotros tenderíamos a pensar que «conocer» sería un acto intelectual; ello se debe a que somos culturalmente descendientes de los griegos. Pero en la Biblia, y en el evangelio, «conocer» no es algo que pertenezca exclusiva ni principalmente al mundo de la cabeza, de la razón, de la mera inteligencia especulativa. Juan lo dice claramente: conoce a Dios quien lo ama. El que ama conoce a Dios.
«El que ama». Es una designación bien amplia. No hace falta saber muchas cosas para conocer a Dios. Lo que hace falta es amar. El amor es entrega: Dios que entrega a su Hijo, Cristo Jesús que se entrega a si mismo en la cruz. ¿Cómo es nuestro amor a los hermanos? ¿Somos capaces de entregarnos por los demás? ¿O termina nuestro amor apenas decrece el interés o empieza el sacrificio?
* Salmo 71: Jesucristo, nuestro Rey y Señor, ha salido a nuestro encuentro para remediar nuestros males. Él no sólo nos anunció la Buena Nueva del amor que nos tiene el Padre, sino que pasó haciendo el bien a todos. Quien ha recibido la misma Vida y el mismo Espíritu del Señor debe preocuparse de anunciar el Nombre de Dios a todos, pero, al mismo tiempo, debe preocuparse de pasar haciendo el bien. La Iglesia de Cristo debe preocuparse de que en la tierra florezca la justicia y reine la paz, así como en convertirse en defensa de los pobres, como el Señor lo ha hecho con nosotros.
* Evangelio: El pasaje evangélico de la multiplicación de los panes que hemos leído hoy también puede ser considerado como una "epifanía", una manifestación luminosa de la voluntad de Dios que Jesús viene a realizar. San Marcos nos habla de la compasión de Jesús por la gente que lo sigue, una compasión amorosa y activa en la cual no hay ni sombra de desprecio. Jesús se siente buen pastor de ese rebaño abandonado a su suerte y les sirve con abundancia su enseñanza, como un sabroso alimento de vida. Jesús les ha enseñado, pero ahora también los alimenta a partir de su escasez y su pobreza, con cinco panes y dos peces. Su actitud contrasta con la de los discípulos que, ante la necesidad, comienzan a hacer cálculos económicos, presupuestos, operaciones matemáticas, planes y programas. Jesús simplemente pregunta por lo que hay para comer entre la multitud, lo bendice y hace que sus discípulos, en actitud de servicio, lo repartan. La escasez se convirtió en abundancia milagrosa, signo de solidaridad, banquete de fraternidad.
Hoy en día los cristianos enfrentamos retos muy similares a los que enfrentaron Jesús y sus primeros discípulos. Ingentes multitudes hambrientas de la Palabra de Dios, pero también hambrientas del estómago. Miles de personas mueren cada año por falta de una buena y suficiente alimentación. No se trata de sobrepoblación o de escasez de recursos. Unos pocos gastamos y hasta desperdiciamos lo que alcanzaría holgadamente para todos. Con lo que las potencias gastan en armamento se solucionaría definitivamente el problema del hambre en el mundo.
Por eso san Marcos nos presenta hoy a Jesús enseñando y alimentando a la multitud que lo sigue. Para que nos sintamos comprometidos, como cristianos, a predicar el evangelio y a solucionar los problemas vitales de nuestros hermanos más pobres. La evangelización integral es “para todo el hombre y para todos los hombres”.
Este milagro bien puede llamarse el milagro de la solidaridad: de dar lo que se tiene, de no dejarse vencer por la impotencia y el egoísmo. Dios acontece en este relato cuando se nos cuenta que los discípulos se comprometieron con el pueblo hambriento y aportaron de lo propio, para que Jesús hiciera el resto. De esta manera la lección para el futuro grupo de cristianos está dada: los problemas no sólo se solucionan con dinero; la solidaridad es una fuerza milagrosa que hay que despertar.
El pan sólo se multiplicará cuando se multiplique la solidaridad. El papel de la Eucaristía es exactamente éste: hacer crecer la solidaridad, haciendo comunión con los hermanos que estén a mi lado, sin distinción de género, de clase y de etnia. Por eso la Eucaristía será siempre una multiplicación de los panes.
ORACIÓN FINAL:
Dios todopoderoso, confírmanos en la fe de los misterios que celebramos, y, pues confesamos a tu Hijo Jesucristo, nacido de la Virgen, Dios y hombre verdadero, te rogamos que por la fuerza salvadora de su resurrección merezcamos llegar a las alegrías eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.